La Unión Europea, en modo deconstrucción

La UE ha dejado de ser un concepto de bienestar y de progreso vinculado a la primacía de lo social y solidario para convertirse en un espacio fracturado y convulso. Más que estar en construcción, Europa inició hace un tiempo un proceso de deconstrucción

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Europa siempre ha sido más una idea, un concepto, que un territorio específico. Las crisis suelen poner en evidencia la debilidad de las estructuras que parecían sólidas y la escasa solvencia de convicciones que aparentaban estar bien asentadas. La construcción europea que durante décadas caminaba, aunque de manera quizá demasiado lenta para algunos, con pasos continuados hacia conformar una unidad social y política, además de económica, hacia la culminación de un modelo civilizatorio cohesionado, integrador y solidario, se ha demostrado a partir del 2008 más bien débil, regresiva y con tendencia al predominio de discursos nacionales insolidarios, que actúan tanto en el interno de la Unión Europea como de cara al exterior.

Como la que vivimos no es una crisis pasajera ni solo económica, sino el final de una época que ha llevado hasta el paroxismo el individualismo, el exagerado espíritu de lucro, la desigualdad extrema, la expansión de viejas y nuevas formas de pobrezaprecariedad inseguridad, la UE, que se fundamentó en el pragmatismo economicista de los años de expansión, no ha resistido los crudos embates de la realidad de estos inicios de siglo.

Tiempos difíciles

El Brexit y Donald Trump auguran tiempos difíciles para la institución europea, así como para el mismo concepto de europeidad. La salida británica genera algunas dificultades inmediatas de gestión, pero su significación radica más en el terreno de lo que es simbólico que de trascendencia material. Gran Bretaña, en realidad, siempre ha tenido un pie fuera de la Unión. Margaret Thatcher había definido de manera muy clara la visión británica del proyecto europeísta al decir que era «un monumento a la vanidad de los intelectuales, el destino inevitable del cual es el fracaso». Los vínculos económicos, políticos, militares y geoestratégicos reales de las islas siempre han estado con los EEUU.

Lo que sí se ven notablemente reforzados son los populismos constituidos en Europa alrededor de la xenofobia y el antieuropeísmo. No es solo su ascenso electoral e incluso la entrada en algún gobierno, sino su capacidad para condicionar el debate político y para forzar al liberal-conservadurismo más tradicional a incorporar algunos de sus argumentos de su discurso excluyente. Aunque no gane, ya hace unos años que la extrema derecha europea establece los temas de la agenda política. En este contexto, difícil se presenta el rehacer y reforzar la noción de Europa.

Hay dos aspecto de fondo que, en mi opinión, han debilitado enormemente el europeísmo, como son el exceso de hegemonía alemana, así como el enorme debilitamiento de la socialdemocracia. El equilibrio franco-alemán que hizo posible la creación de la UE se ha sesgado mucho en las últimas décadas a favor de los segundos. La larga declinación económica y política de Francia, acompañada de la reunificación y el relativo fortalecimiento de Alemania con la crisis, conllevó una excesiva prisa por incorporar a los estados postsoviéticos, como ha significado después de que se impusiera un determinado modelo de gestión de la crisis en Europa y el mantenimiento de una fortaleza del euro que ha resultado fatal para los países menos centrales. Las políticas de austeridad de Angela Merkel, de dar prioridad al déficit y la deuda para proteger los intereses de los bancos alemanes, han destruido en demasía una visión continental integradora. La arrogancia frente a los países calificados como 'PIGS' ha dado alas a los populismos en muchos territorios.

La larga crisis de la socialdemocracia ha supuesto una pérdida de peso de las políticas más integradoras, reequilibradoras y más sociales dentro de Europa. Desde Tony Blair y las terceras vías, la izquierda europea abandonó el marco conceptual que la hacía reconocible para una parte de la población, incorporando los valores y el lenguaje del liberal-conservadurismo hegemónico, abandonando toda noción de alternativa, convirtiéndose en mera alternancia sin un relato y un proyecto político propio. Las nuevas izquierdas no han logrado aún levantar un discurso europeísta en positivo, que supere la identificación de la Unión Europea como un instrumento en manos del neoliberalismo dominante. La apuesta por la firma de tratados de libre comercio de nueva generación como el CETA con Canadá o TTIP con EEUU, tampoco ayuda.

De nexo a trinchera

La incapacidad para gestionar de manera digna la crisis de los refugiados casi ha rematado la posibilidad de construir Europa desde una visión progresista y social. El trato infligido, además de una enorme vergüenza para todos, es la evidencia de la incapacidad de Europa de responder a los ideales y los valores que, teóricamente al menos adornaban su sofisticada cultura democrática. Impotencia para responder a una situación de emergencia humanitaria que no admitiría de dilaciones, pero a la vez ineptitud de prever que esto podía pasar en la medida en que se descuidaron durante muchos años los vínculos y las solidaridades con la parte sur del Mediterráneo. No se quiso entender que este mar debía de ser, como había sido históricamente, un nexo de relación y comunicación y no una trinchera que mantendría alejada la pobreza y el desengaño de nuestras vidas. El problema en relación a este tema no son solo las deficiencias democráticas de los países balcánicos ni una especial falta de consideración en aquellos lugares hacia los recién llegados. Las cosas no se hacen mejor en Francia, Gran Bretaña o Alemania.

Europa, la Unión Europea, ha dejado de ser un concepto de bienestar y de progreso vinculado a la primacía de lo social y solidario para convertirse en un espacio fracturado y convulso donde se han impuesto los intereses de los mercaderes y de las finanzas, el capitalismo más desnortado, por encima de la cultura de la satisfacción de las necesidades colectivas, de ser lugar de encuentro y de interacción de singularidades que nos enriquecían. Sus clases dirigentes ya no abogan por la integración, la confluencia, el desarrollo común o la compasión, sino que lo hacen por el miedo, la exclusión, la desconfianza, la hegemonía particularista, la xenofobia y el restablecimiento de fronteras.

Más que estar en construcción, Europa ha iniciado hace un tiempo un proceso de deconstrucción. «Otra Europa es posible», blanden algunas izquierdas. Probablemente así sea, pero este recorrido no se ha ni siquiera iniciado.