La modernidad y el abismo

RAFAEL VILASANJUAN

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Desde que Peña Nieto alcanzó el poder en México hace casi dos años, la obsesión por anunciar el fin de la violencia ha sido una constante. Pero el empeño de un Gobierno joven por ofrecer una imagen nueva y un liderazgo capaz de romper la oligarquía que controla el país, en busca de una economía moderna, no ha tardado en encontrar, como en los autos de choque, el impacto súbito de una violencia salvaje, que lo mismo venga cuentas abiertas entre narcotraficantes que secuestra universitarios que reclaman un espacio en la construcción de ese nuevo horizonte.

Doce años después de una larga travesía, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha recuperado el poder. A diferencia del que durante casi medio siglo controló México de manera autoritaria, empleando mano de hierro contra cualquier forma de protesta, el Gobierno de Peña Nieto se presentaba como un proyecto capaz de cambiar el discurso nacional. En ese empeño había incluso forzado a los medios a relegar de sus portadas las consecuencias de una violencia incontrolada que cuestionaba al propio Estado y alejaba las inversiones extranjeras.

En su idea de reforzar la seguridad y el control, Peña Nieto ha dado mas autonomía a las Fuerzas Armadas y a las policías locales y federales. Un ejército mal instruido que no ha tardado en descubrir que su trabajo obtiene mejor rendimiento aliándose con los sicarios que arriesgando para hacerles frente.

México arde mientras la opinión del mundo entero sucumbe al horror de los 43 estudiantes secuestrados por fuerzas de la policía local y entregados a los sicarios de la droga en un ajuste de cuentas donde la línea que separa al crimen organizado de las fuerzas que deben garantizar la seguridad ya es inexistente.

No son solo 43 estudiantes,  son miles de víctimas silenciadas. Como los medios, atemorizados por los cárteles tanto como por la amenaza de un Gobierno que quiere demostrar su poder silenciando la violencia galopante, los mexicanos ya no saben a quien hay que tener más miedo y con quién es mejor relacionarse, si con los criminales o con una policía y unos gobernantes corruptos en un Estado en descomposición a la sombra del gigante americano.

Compartir frontera con la primera economía del mundo no es fácil. De Juárez a Matamoros, la línea del Río Grande, divide el mapa en dos partes. Con una renta que se multiplica por cinco, al otro lado queda el mayor mercado del mundo y, como tal, el mayor consumidor de una droga cuyo principal almacén es México. Aunque el horizonte del nuevo Gobierno apunte hacia una economía moderna que mire hacia el norte, la incapacidad de hacer frente a la violencia le dirige de momento hacia el abismo.