El modelo «me Río del viejo olimpismo»

Neymar, con la medalla de oro, canta el himno de Brasil con sus compañeros.

Neymar, con la medalla de oro, canta el himno de Brasil con sus compañeros.

ANTONIO BIGATÁ

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No hagan caso de los políticamente correctos que dicen que el moreno Jesse Owens fue el gran ganador de los Juegos de Berlín. El vencedor fue Adolf Hítler. Alemania obtuvo 33 oros, nadie rechistó a que no se seleccionase a ningún judío («no han logrado las marcas mínimas», dijo Goebels), hubo mucha sumisión y sonrisas falsas de las grandes potencias democráticas al tono inequívocamente fascista y belicoso con que les acogió la sociedad germana, y la gesta de Owens fue un bumerán: dio credibilidad a quienes dudaban de la limpieza de todo.

¿Quién ha ganado ahora? En buena medida Brasil. Deportivamente quería una cosa y la ha conseguido: la medalla en fútbol, y si podía ser -como fue— en una final contra Alemania, mejor. Por lo demás este país ha dado un solemne corte de mangas al catastrofismo de la prensa internacional, que ninguneó la organización hasta la misma víspera del inicio. Todas las instalaciones han funcionado. Prácticamente todos los deportistas han reconocido su satisfacción por la sede, No ha habido el menor incidente de seguridad. Se han cazado 2 mosquitos potencialmente transmisores de zika. Ha predominado la puntualidad. Y ningún nadador o marino se ha intoxicado con la mierda flotante de la bahía de Guanabara.

Pero el gran vencedor absoluto real es el nuevo modelo del capitalismo/basura que ha hecho Río. Los Juegos han sido brillantes y han constituido un gran negocio televisivo y mediático, pero su cara negra son los sobrecostes (de un nivel sin precedentes, siempre por encima del doble) de las obras, los impagos -o deudas— a centenares de miles de los trabajadores, y las comisiones ilícitas y poco disimuladas que rodearon las concesiones. El gran beneficiado de Río no es Brasil, sino los grandes poderes financieros internacionales de siempre y las grandes constructoras privadas, que son suyas. Y, como en Berlín, una gran coartada que ensalza una teórica transparencia muy visual: fue pillado in fraganti un tipo que pagará como jefe de los revendedores y traficantes ilícitos de entradas (2,8 millones de euros en 15 días); tomen nota: no es brasileño, sino de la vieja Europa que da lecciones de ética. Pat Hickey es irlandés y, por supuesto, alto cargo del COI. Perfecto.

Nos están dando la vara con la idea de que han sido los Juegos de la Mundialización (con más países participantes que nunca) y de la democratización (las medallas han estado más repartidas que nunca. El COI trabaja bien en eso, sirviendo al nuevo modelo olímpico para el que tanto trabajó Samaranch. Se trata, por un lado, de incluir modalidades minoritarias para que las ganen los países especialistas.

DISCIPLINA CUARTELARIA

Fiyi logró el primer oro de su historia en rugbi a 7 (que solo se juega de verdad allí), en línea con la inclusión partidaria del hockey sobre patines de Barcelona 92. Respecto a lo de la mundialización, ojo: la prensa internacional ha estado más nacionalista que nunca y casi todo se ha hecho ensalzando la patria de quienes subían a los podios. Ha habido, sin embargo, dos datos mundializadores: la presencia testimonial de una delegación de refugiados, y la multiplicación de profesionales nacidos pobres en un sitio y fichados por países más poderosos para que defendiesen sus banderas. España tenía un buen grupo de esa procedencia, aunque inferior a lo que han presentado estados como Catar.

Pero la revolución más importante es el auge de los pseudo artistas de circo. Crecen su número en deportes en los que, si se invierte mucho dinero concentrándolo en unos pocos practicantes idóneos, y se les tiene apartados del mundo entrenando cada día, mañana y tarde, durante cuatro años, bajo una disciplina cuartelera, llegan a niveles no comparables con los de quienes entienden el deporte, y luego la confrontación olímpica, de una manera menos radical. Es lo que se hacía en el Este, pero ahora ya a lo bestia, cada vez en más sitios, utilizando adolescentes, y teóricamente en democracia (aunque eso sea secundario para un judoca de Kosovo, un tirador de Vietnam o un lanzador de martillo de Tadjikistán, ya que si no aceptan someterse tienen como alternativa unas vidas con una poca brillantez perfectamente descriptible).

No crean que este nuevo olimpismo solo se hace en lo que podríamos llamar países menores. Gran Bretaña, con el ciclismo, y Francia, en boxeo, siguen esa senda tras analizar que ahí tienen una mina de medallas para prestigiarse. Ambos países ponen mucho dinero y muchos medios en unos pocos profesionales que aceptan lo de las 24 horas sin parar durante 4 años. Médicos generalistas, especialistas, biólogos, dietistas, psicólogos, preparadores físicos, entrenadores tácticos, tecnología punta… y, como diría nuestro El Arrebato, garantías de que quienes logren las medallas tendrán bien llenita la nevera durante bastantes años, consiguen verdaderos milagros. Gran Bretaña ha obtenido 10 en ciclismo y cada una le ha venido a costar 4,7 millones de euros (en su plan financiero cuando un deportista seleccionado abandona su dinero pasa a incentivar a quienes siguen). Para lo que las autoridades deportivas consideran «posibilidad estratégica de medalla» casi no hay topes en la inversión: sus regatistas de vela (2 oros) estuvieron entrenando 150 días en Guanabara. Francia ha ganado 6 medallas de boxeo con solo 10 participantes siguiendo la pauta de concentrar ayudas y tenerlos 4 años a dedicación absoluta.

El viejo olimpismo que emanaba del deporte-práctica se extinguió hace mucho tiempo y desde que llegó Havelange (fallecido estos días) han ido creciendo las tendencias actuales. Una, el deportista profesional cada vez más distanciado en su forma de vivir a las personas normales. Dos, el deporte transformado en un colosal negocio y en el principal factor nacionalista del mundo, pero cada vez más espectáculo. Practicarlo modestamente es una cuestión privada, seguirlo como gran acontecimiento es una pasión colectiva.

En Río ya no ha asistido un público normal local salvo cuando competían brasileños. Los asistentes mayoritarios eran turistas ricos, otros deportistas y amigos y familiares de los participantes. El resto, asientos vacíos teóricamente vendidos pero nadie sabe a quién, pues los precios eran inabordables para los cariocas. Ellos han visto los Juegos por la TV, como si viviesen en otro país. E inmediatamente después de que pasase el carrusel han vuelto a lo de antes: se han reencontrado con la inflación rampante, con el desempleo y con la violencia callejera desaparecida milagrosamente durante cuatro semanas, aunque les queda el dulce recuerdo de su éxito (¡Neymar ya es un dios!) en fútbol. Porque ya ha pasado Mr Marshall, la vida es así, y el nuevo olimpismo más que un deporte no deja de ser simplemente un globo de colores para la distracción de unos y el negocio de otros.

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