Los jueves, economía

Mitos, economía y democracia

Alemania es tan solidaria como los demás y ha fijado filtros de control institucional dignos de elogio

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JOSEP OLIVER ALONSO

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La unión bancaria comienza y con ella se completa una profunda reforma de la Unión Europea. Desde el 2011, Europa ha avanzado sustancialmente, creando el fondo de rescate, acordando estabilidad fiscal en el medio plazo y poniendo en marcha la unión bancaria, el más ambicioso proyecto desde el nacimiento del euro. De ella se han definido ya el supervisor único europeo y el sistema común para liquidar y/o recapitalizar bancos. Además, por vez primera se supervisa el comportamiento del sector privado. Finalmente, los países con mayores problemas han avanzado en la estabilización de sus finanzas públicas y en la recuperación de su competitividad. En conjunto, lo alcanzado a fecha de hoy es extraordinario. Y los mercados lo reconocen con una caída de las primas de riesgo que solo recuerdan los más viejos del lugar. Por ello, quizá sea el momento para hacer un alto en el camino, mirar  atrás y hacer balance. No es fácil, porque somos prisioneros de nuestros mitos, de nuestras narrativas, como afirmaba Robert J. Schiller, premio Nobel de Economía, al referirse a la crisis financiera global.

Los mitos son tenaces, perviven, nos atenazan y condicionan nuestra concepción del mundo y, finalmente, nuestra conducta. Y en lo tocante al proyecto europeo, donde se entrecruzan intereses económicos de todo tipo, conflictos de clase, de grupos económicos, de países y de lobis, no hay nada peor que dejar el camino libre a nuestros estereotipos.

Desde este punto de vista, en estos lares ha calado la visión de una Alemania calvinista, puritana y masoquista que hace pagar al Sur por su gozo de vivir, y que utiliza torticeramente su ley constitucional como argumento para negar la ayuda que el Sur precisa. Cierto que no hay que ser ingenuos. Y que la unión  monetaria ha permitido a Alemania mantener, y mejorar, su competitividad en relación al Sur, muy dado a pérdidas de competividad. Pero no nos confundamos.

Leyes y solidaridad son dos aspectos críticos que se entrecruzan en el debate y de cuya correcta interpretación depende el futuro de la Unión y de la eurozona. En lo tocante a la solidaridad, ¿de verdad seríamos tan laxos si de lo que se tratase es de transferir nuestra renta al exterior? Wolfgang Schaüble, en un apasionado discurso sobre Europa en el Colegio Europeo de Brujas, afirmaba recientemente que la mutualización de deuda reduce los incentivos para la mejora de la competitividad y suministra señales erróneas para el comportamiento del sector privado. Y Otmar Issing, antiguo economista jefe del BCE, se quejaba amargamente de las críticas a Alemania en el Financial Times. Y aportaba el contrargumento de cuál habría sido nuestra respuesta si, con dinero del contribuyente español, se hubiera rescatado a la banca alemana intervenida (el IKB o el Hypo Real State).

Y por lo que se refiere a las leyes, desde aquí, donde ha hecho fortuna la expresión «hecha la ley, hecha la trampa», nos escandalizamos de la falta de flexibilidad germana para sortear sus leyes, o las europeas, cuando se trata de canalizar recursos hacia el Mediterráneo. Que nosotros no hayamos consultado al Congreso ni para los salvamentos de Grecia, Portugal o Irlanda ni para la aportación española al Fondo Europeo de Estabilidad no se debe a un excesivo sentido de urgente solidaridad: es porque sabíamos que íbamos a precisar recursos y porque, además y lastimosamente, en este país las leyes tienen menos importancia que en Alemania. La posición germana de supeditar cualquier acuerdo a las decisiones de su Parlamento, o de su Tribunal Constitucional, no merece más que elogios.

¿Qué Estados Unidos de Europa vamos a construir cercenando el principio de que el Parlamento es el último garante del contribuyente? ¿Hay que criticar a Alemania por situar, por encima de los acuerdos entre gobiernos, la decisión de su Parlamento? ¿Por anteponer su Tribunal Constitucional y la interpretación que este hace de los acuerdos europeos y las decisiones intergubernamentales? ¿O por exigir cambios en los tratados europeos para permitir solidaridades prohibidas hasta ahora?

O, por el contrario, ¿hay que promover que sean los parlamentarios europeos los que tomen las decisiones? Schaüble defiende la creación de un parlamento para la eurozona y un comisario europeo de control presupuestario. Pasos en el camino adecuado, pero que implicarían nuevos tratados.

¿Solidaridad? Modifiquemos los tratados que la prohíben. ¿Democracia? Modifiquemos los tratados que la limitan. ¿Solidaridad y democracia? Transfiramos más soberanía al Parlamento Europeo. Pero ello exige nuevos tratados, que no todos desean. No miren a Berlín, que no se opone. Dirijan su mirada a París y a otras capitales europeas.