Pequeño observatorio

El misterio de una eterna contemplación

JOSEP MARIA ESPINÀS

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He leído los diarios habituales, después del desayuno, y he llegado a las páginas de las esquelas. El lector lo entenderá. Desde hace varios años, entre los nombres de difuntos encuentro los de algunos conocidos, personas que he tratado hace más o menos tiempo, y con las que he tenido una relación directa o indirecta, a veces por mi oficio. Leyendo las esquelas, hoy, me he dado cuenta de que ninguna de ellas llevaba al pie una de esas frases que eran tradicionales: «En el cielo esté» o «DEP» -descanse en paz-.

No quiero decir que estas expresiones de deseo hayan desaparecido totalmente, solo observo un hecho que me parece curioso. Son ausencias compatibles con que las esquelas vayan encabezadas por una visible cruz cristiana.

«Descanse en paz» es la expresión literaria de un deseo, una metáfora de la muerte como final de las inquietudes y los trasiegos que nos acompañan en este mundo. Está muy bien. Lo que me gustaría saber es si la cruz tan visible que preside la esquela es siempre fruto de la expresa voluntad de la familia o un tradicional añadido por parte de los diarios. «En el cielo esté» ya no me parece tan rutinario como el deseo del descanso. Es una expresa manifestación cristiana, la proclamación de una fe. Según la doctrina que me enseñaron, el cielo es la eterna contemplación de Dios, un hecho que el gran escritor Josep Pla, tan amigo de los adjetivos, calificaría de formidable y fabuloso. «¿Eternamente? ¡Qué me dice!»

Que nadie lo dude: yo soy muy respetuoso con las creencias religiosas. Y creo, naturalmente, en el derecho de cada uno de imaginarse el cielo a su manera. Sobre todo teniendo en cuenta que la existencia y la identidad de unos seres llamados ángeles me parece que materializan demasiado el espíritu divino. Y me cuesta creer que los parientes difuntos se reencuentren en el cielo. Sería demasiado que los recién llegados pudieran explicar la vida que hacen sus jóvenes parientes en la Tierra.