Dos miradas

Misericordias

Cuesta ver según qué imágenes y no correr ante el teclado para decir la rabia, escribir el estupor, para clamar contra la ignominia

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Es difícil no volver a escribir sobre los refugiados, sobre los inmigrantes, sobre los muertos, los ahogados, los oprimidos, sobre los niños que atraviesan la valla a través de las pequeñas grietas de un alambre que es denso como el miedo. Cuesta ver según qué imágenes y no correr ante el teclado para decir la rabia, para escribir el estupor, para clamar contra la ignominia. Personas a las que se tatúa un número en la piel (o se las marca con un rotulador). Esto sí que recuerda la barbarie nazi, aunque sea por su bien. ¿No decían, también, que era por su bien ? Y este niño en la playa, con unos policías que le fotografían mientras las olas rebotan contra la cara inocente, contra el cuerpo que yace en la arena, boca abajo, mientras el ímpetu del mar, ahora con suavidad, arrulla la muerte que no tiene nombre. Cuesta volver a decir lo mismo y utilizar los mismos adjetivos, pero cada día hay una imagen que nos obliga, cada día una repetición del horror o un horror mayor.

A veces, cuando escribes, piensas que es la misericordia que te empuja a hacerlo. La piedad, el convencimiento de que compartes el dolor. Pero a veces piensas que las palabras son solo la misericordia que sirve para matar la mala conciencia, el golpe de gracia del estilete.

Y aún otra misericordia, la de aquellos asientos del coro donde te apoyas para simular que estás de pie. Una comodidad. Vivimos entre estas tres misericordias. Y escribimos y leemos.