EL SEGUNDO SEXO

Mírame, tengo la regla

La asociación de menstruación con impureza ha dominado durante siglos y aún hoy perdura cierto silencio

EMMA RIVEROLA

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Aliaa Magda Elmahdi tiene 23 años, es egipcia y ha cagado y menstruado sobre la bandera del Estado Islámico. Literalmente. Si algún hombre aún bromea sobre el coraje que anida en sus testículos, Elmahdi lo enmudece con esa transgresora fotografía en la que se muestra desnuda, agachada y manchando la bandera negra con más humanidad que la que demuestran los yihadistas con su barbarie.

Mientras la sangre derramada por los hombres es presentada como símbolo de bravura y motivo de admiración, la menstruación nunca ha gozado de buena fama. Con los siglos hemos mejorado, eso es indudable. Al menos, ya no se encierra a las mujeres en chozas aisladas, ni se las cuelga de los árboles o se las entierra de cintura para abajo mientras dura el periodo. Semejantes lindezas fueron perpetradas por pueblos primitivos de todo el mundo. Desde tribus amazónicas hasta indígenas norteamericanos o poblados africanos. Pero el rechazo al sangrado no era exclusivo de mentes poco ilustradas. Plinio el Viejo, escritor, científico y militar romano sentenciaba: "El contacto con la sangre menstrual agria el vino, los cultivos a los que toca se vuelven estériles, los injertos se mueren, las semillas se secan en los huertos, cae el fruto de los árboles, el filo del acero se embota y el brillo del marfil se apaga, los enjambres de abejas mueren, incluso el bronce y el hierro se oxidan enseguida y un olor horrible llena el aire. Si lo saborean, los perros enloquecen y las perras quedan infectadas con un veneno incurable". Ahora se entiende lo del alioli…

No hace falta remontarse a las antiguas civilizaciones ni adentrarse en los poblados perdidos para sumar maldiciones. En 1912, 'The New York Times' argüía en un artículo editorial que las mujeres no deberían tener derecho al voto porque son emocionalmente inestables cuando están menstruando y, por tanto, no pueden asumir tanta responsabilidad. Ya en los 50, los doctores George y Olive Smith, de la Universidad de Harvard, concluyeron científicamente que la sangre menstrual era un poderoso veneno.

Ponzoña, suciedad. La asociación de la menstruación con la impureza ha prevalecido a lo largo de los siglos. Aún hoy perdura cierto silencio, cierta vergüenza social. Basta imaginar cómo sería el mundo si fueran los hombres y no las mujeres quienes tuvieran la regla. Asistiríamos a jactanciosas conversaciones sobre la intensidad de los dolores y el volumen de sangre perdida: "Bah, mi sangrado es más abundante que el tuyo", "Hostia, Alberto sangra como un toro, qué tío". Los días álgidos merecerían palmadas en la espalda y palabras de admiración. El catálogo de compresas formaría parte de las colecciones de las primeras marcas de lujo: "¿Tú aún no has probado el tampón superabsorbente de Ferrari?" Y la otra mitad de la humanidad aún tendría que oír: "¿Qué vas a saber tú, mujer, si no tienes la regla?"

Pero sí, la tenemos, y no alardeamos mucho de ello. En los anuncios ni siquiera huele y las compresas absorben un inocente líquido azul. Eso es ahora. Antes, ni se sabe: los que escriben la historia nunca pusieron demasiado interés ni empeño en la vida cotidiana de las mujeres. Hay referencias al uso de papiro, hierba, lana, pieles de animales, algodón y otros materiales para enjugar el sangrado. Hasta que en la Primera Guerra Mundial las enfermeras francesas descubrieron que las vendas de celulosa de Kimberly-Clark que aplicaban a los heridos eran mucho más efectivas que sus paños de algodón. La marca tomó nota y en 1921 comercializó la primera compresa sanitaria Kotex.

Aliaa Magda Elmahdi no es la única mujer que ha teñido con sangre menstrual su reivindicación. Algunas activistas feministas quieren romper el tabú que aún asocia la regla a algo vergonzoso o desagradable y centran sus esfuerzos en procurarle más visibilidad. Denominan sus acciones (instalaciones, fotografías, performances) anarquía menstrual o activismo menstrual, toda una declaración de principios. Hace unos meses, las mujeres del colectivo Sangre Menstrual se pasearon por el barrio madrileño de Malasaña con sus pantalones blancos manchados de un rojo delator en la entrepierna. Es innegable que visible, lo que se dice  visible, consiguieron hacerla.

Otra expresión, menos guerrillera, más estética, es el llamado arte menstrual. Y sí, tal como su nombre sugiere, comprende obras de mujeres artistas que han decidido poner su regla al servicio de la creación. Las motivaciones oscilan entre el naturalismo, la reivindicación feminista o una intención más espiritual. La fotógrafa Zanele Muholi es una de ellas. Sudafricana, negra y lesbiana, argumenta así su trabajo: «Con mi sangre menstrual expreso la pena y la pérdida que siento cuando me entero de las violaciones curativas que muchas chicas y mujeres sufren en mi comunidad». Sangre pura de la regla para denunciar la sangre, esta sí, impura, de la violencia.