27 de mayo del 2014

Miquel

Miquel Caminal, en el foro de EL PERIÓDICO Primera Plana,en el Hotel Palace, en noviembre del 2010.

Miquel Caminal, en el foro de EL PERIÓDICO Primera Plana,en el Hotel Palace, en noviembre del 2010.

JOAN BARRIL

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Fue en día de las elecciones cuando nos encontramos en el tanatorio con los restos de Miquel Caminal Badia. Era amigo mío. De esos amigos de largo recorrido a los que el cuerpo le pide un abrazo para sentir que la vida ha valido la pena. Era en día de elecciones democráticas, el día idóneo para -puestos a tener que cumplir el rito de la muerte- nos despidiéramos del hombre que fue el director del Memorial Democràtic. En estos tiempos en los que se considera que el hecho de desenterrar el pasado no cabe en los presupuestos o que la búsqueda de los cadáveres, de los refugios y de las trincheras está considerada guerracivilista, por suerte existió un gobierno sensible a la memoria y un hombre como Miquel que aplicó sus conocimientos de historia a la historia de los que ya no podían contarla.

En ningún caso Miquel Caminal fue un enterrador de pasados, por el contrario, fue un dignificador de un pasado que todavía campea en buena parte de los hogares catalanes. Miquel Caminal tenía un sentido del humor tan largo como su nariz. Sus gafas coriáceas le permitían ver más allá y siempre se quedaba enredado en las causas perdidas. A lo largo de su historia académica se dio de bruces con la figura del dirigente del PSUC, Joan Comorera, y le proporcionó ese consuelo intelectual que sus antiguos correligionarios le negaron cuando estaba en las cárceles franquistas. La grandeza de miras histórica de Miquel Caminal no tenía nada que ver con una infantil manía revanchista. Solía contarnos que su abuelo fue ejecutado en los primeros días de la guerra civil por un grupo de incontrolados. Tenía una dignidad intelectual que le impedía caer en la trampa de formar parte de los nuestros o de los suyos. De alguna manera todos habíamos perdido. Lo hemos visto tras su labor de dignificación de iglesias, de pueblos devastados o de refugios del miedo. Y sin embargo Miquel era un refugio del alma.

Ahora que los años se han perdido tantas fotografías, aparece una en la que estamos el propio Miquel, el profesor Joan Subirats, el constitucionalista Ferran Requejo, el antiguo teniente de alcalde de Tarragona Víctor Farré y un servidor. Era en Euskadi y Miquel se empecinaba en hacer creer a los vascos que no sabía hablar español. En realidad sabía todas las lenguas y las convertía en una lengua franca. En tiempos predemocráticos organizó la Associació de Veïns de l'Esquerra de l'Eixample y allí conoció a Anna Alabart, la que fue su bella compañera hasta que el cáncer se la llevó como un entrenamiento del cáncer que el viernes se lo llevó a él. No sé si los 62 años son una edad demasiado prematura para morir. Pero no proporciona duelo sino que nos llena de rabia.

El domingo , con un tanatorio cargado de tristeza, nos encontramos gente de todos los partidos, desde Iniciativa hasta Miquel Roca y hasta aquellos que nos ensuciamos las manos con tinta de ciclostil. Uno de ellos dijo: «Si existiera la máquina del tiempo, hoy los grises hubieran hecho una detención histórica». El domingo, cuando la democracia sembraba el hemiciclo europeo de gente de la derecha más recalcitrante, Miquel Caminal era el demócrata tranquilo, el estudioso de nuestros propios errores, el hombre que siempre supo sonreír incluso ante las desgracias mayores del espíritu.