Dos miradas

Miedos

Un día te descubres alejándote unos metros de ese joven de tez más oscura que ha descargado su mochila en el suelo del vagón

EMMA RIVEROLA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay miedos enormes, paralizantes. Temores que cortan el aliento, que secuestran el cerebro, que hielan la piel. Pero también hay miedos pequeños, sin urgencias ni grandes razones, que se instalan sin permiso y van haciéndose un lugar. Parásitos de trabajo lento, apenas perceptible, que se cuelan por un poro o por el lagrimal o por una pequeña herida sin importancia y se instalan en cualquier rincón, en la pared de una víscera, por ejemplo. Pasan los días, las semanas y los intrusos, milímetro a milímetro, van conquistando el espacio. Están ahí, pero no les oímos ni les sentimos, creemos que nada ha cambiado, que nuestra vida es exactamente igual que antes de la invasión, hasta que un sobresalto, un gesto involuntario, nos hace ser conscientes de que algo ha cambiado.

La constatación llega, por ejemplo, cuando después de un trágico 11 de marzo, te descubres alejándote unos metros de ese joven de tez más oscura que ha descargado su mochila en el suelo del vagón o cuando sientes la tentación de cambiar de acera cuando un acento o una mirada o unas prendas distintas a las tuyas te hacen sentir vulnerable. Incluso, la alarma puede llegar al observar a un joven vestido con camiseta y pantalón corto negro paseando por la playa. Es un miedo incómodo, que nos enfrenta a nosotros mismos, que nos sitúa como perdedores inconscientes. La prueba de que la resistencia empieza batallando contra nuestros propios temores.