La rueda

Miedo al no cambio

JULI CAPELLA

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Mucha gente ha expresado estos días su miedo al cambio tras el resultado electoral. Pero en realidad lo que daba más miedo era la posibilidad de no cambiar y seguir igual. Daba pánico seguir conviviendo con una nutrida pandilla de presuntos profesionales de la política, en realidad delincuentes habituales organizados. Daba y sigue dando pavor ver cómo las desigualdades van disparándose en toda España y aumenta la angustia de la gente. Da terror ver cómo los bancos vuelven, indemnes, a sus andadas como si nada hubiesen hecho. Y, claro, la gente que es bondadosa y paciente, al final se harta, llega al límite y despierta.

Ese límite extremo al que nos ha ido arrinconando el sistema. Por eso surgen los antisistema, cuando el sistema se ha vuelto 'antigente'. Con toda lógica asoman nueva voces para proponer otro orden de las cosas. El no sistema no existe. Hay que reparar el que tenemos sin temor al cambio. La vida es un constante cambio, a veces a saltos imperceptibles, otras de forma contundente, pero en movimiento siempre, fluyendo como el río de la vida. Como dijo Heráclito, nunca podemos bañarnos dos veces en un río. Cuando vuelvo ya ha cambiado. Y yo también. Es impepinable.

Ahora bien, también estamos escarmentados del pucherazo del cambio: el famoso cambio para que nada cambie; el 'quítate tú pa ponerme yo'; el mero recambio; el Smart Change, y demás modalidades maquiavélicas de apoltrone con aires de renovación.

Aun y así, una fuerza irremisible lo trasmuta todo sin piedad tarde o temprano. Por supuesto también existe la posibilidad de cambiar a peor. Pero aquí, ¿era posible?

Sea como fuere la clave está en uno mismo. «Todos quieren cambiar el mundo -dijo Tolstoi-, pero nadie piensa en cambiarse a si mismo». No sería mala idea empezar por ahí, pero resulta harto más difícil que cambiar de papeleta.