Elecciones en un país estratégico

México, del narco a las urnas

El inconsciente colectivo nacional está traumatizado por una violencia que el PRI difícilmente podrá revertir

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SALVADOR MARTÍ PUIG

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Dentro de una semana, el 1 de julio, se celebrarán en México comicios para elegir el nuevo presidente de la República, 128 senadores, 500 diputados y diversas autoridades locales y estatales. Se trata de unas elecciones críticas y de gran relevancia. Lo son por tratarse del segundo proceso electoral más caro del mundo (después del estadounidense) y por la importancia que supone elegir a las autoridades de un país con una posición geopolítica crucial. Pero, sobre todo, lo son a raíz de dos elementos que, en cierta medida, están entrelazados. Por un lado, la epidemia de violencia en que se ha sumido el país desde hace un lustro, y por el otro, la casi garantizada vuelta al poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que hace 12 años perdió unas elecciones después de haber gobernado ininterrumpidamente durante siete décadas.

¿Por qué es tan importante la violencia en estas elecciones si ninguno de los candidatos de los tres principales partidos ha hablado de ella a lo largo de la campaña? La respuesta es sencilla: porque la ola de crímenes desatada a lo largo de un sexenio -en el que se han contabilizado más de 50.000 muertos- ha supuesto un trauma en el inconsciente colectivo del país. Para mostrar la envergadura del fenómeno cabe señalar que durante los últimos años México ha llegado a ocupar el quinto lugar mundial en elrankingde delincuencia organizada y el decimotercero en el de delitos comunes, y que 11 de las 20 ciudades consideradas más peligrosas del mundo son mexicanas. Esto supone estadísticamente que uno de cada cuatro mexicanos es potencialmente víctima de un delito al año.

¿Cómo es posible que se haya llegado a este punto? En gran medida, por la relación de múltiples (y perversos) elementos. Sin duda, una parte de la violencia es fruto de una sociedad empobrecida, desarticulada y desigual a raíz de 20 años de políticas neoliberales y por la concatenación de sucesivas olas de emigración hacia Estados Unidos. Pero sobre todo, la violencia ha estallado a raíz de tres elementos que han supuesto una intensa y sangrante competencia entre actores delictivos, muchas veces vinculados a la narcoactividad -aunque también al tráfico de personas.

El primer elemento es que México ofrece al mundo un recurso de gran trascendencia estratégica, a saber, la movilidad a través del corredor mesoamericano que conecta a los mayores productores de estupefacientes (ubicados en América del Sur) con sus máximos consumidores (los ciudadanos de EEUU). El segundo elemento es que México tiene mucha menor capacidad logística y judicial que su vecino del norte para afrontar y combatir las mafias internacionales, y por lo tanto, cuando el Gobierno norteamericano ha hecho más difícil la vida a la delincuencia organizada en su país y en Colombia (con el Plan Colombia), las mafias se han desplazado al sur del río Bravo (el llamadoefecto globo). Y el tercer y último elemento es que la decisión del Gobierno deFelipe Calderón de «declarar la guerra» al narco supuso añadir más leña al fuego debido a que la propia Administración y el Ejército están penetrados por redes delictivas y a que esta dinámica bélica impulsó a los mismos cárteles a crear ejércitos, generando así una macabra espiral de violencia.

Obviamente, no toda la culpa de lo acontecido puede achacarse a las dos administraciones del Partido de Acción Nacional (PAN). Como ya es sabido, a raíz de la globalización se ha experimentado una progresiva transferencia del poder desde los gobiernos nacionales hacia otros actores privados (mayoritariamente transnacionales) que tienen como objetivo último el lucro. Estos actores -a veces vinculados a negocios legales, pero también a ilegales- se han beneficiado de la poca capacidad de regulación y control de algunos estados, de la vulnerabilidad (y a veces corruptibilidad) de sus élites y de la desprotección del mercado de trabajo. Todo esto ha ocurrido en México durante la última década, y ante ello muchos ciudadanos añoran el viejo régimen priísta, que si bien tenía rasgos autoritarios y clientelares generó crecimiento económico, produjo una cierta cohesión social y estableció de forma clara unas reglas del juego que todo el mundo respetaba.

Así las cosas, es muy posible que el PRI gane las elecciones, ya que la profunda frustración producida por los gobiernos deFoxyCalderónlastra a la candidata panista,Josefina Vázquez Mota,a la vez que el candidato de la izquierda,Manuel López Obrador,no termina de generar confianza entre las clases medias, a la par que la estructura de su partido está enfrentada y tiene una débil presencia en el norte del país. Todo ello ofrece un escenario electoral inmejorable para la victoria del PRI a pesar de presentar un candidato endeble,Enrique Peña Nieto. Sin embargo, la llegada del PRI al poder no va a suponer -en ninguno de los casos- un retorno a la añorada pax priísta.La vuelta al pasado, simplemente, no es posible ya que el mismo PRI ha sido cómplice del proceso de descomposición institucional antes descrito y porque una vez iniciada una espiral de violencia y desconfianza es muy difícil revertirla.

Profesor de la Universidad de Salamanca y miembro del Cidob.