Messi, paseando por NY

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Es Lionel Andrés Messi Cuccittini. Así que pocas bromas con el muchacho. Es más. He tecleado sus dos nombres y apellidos de pie. Ahora, para seguir escribiendo, me voy a sentar, pero el honor, la reverencia, la pleitesía, yo se la rindo en la misma medida que se la rinde (y rindió) todo dios, hasta el mismísimo mago Pep Guardiola.

Dicho esto, allá voy. No tiene ningún sentido, cero, ninguno, que Messi se quedase en Estados Unidos nueve días de convivencia (es el capitán de la albiceleste, sí, ya sé) sin poder calzarse no ya las botas, ni siquiera las zapatillas, pues le dolía el pie derecho, que, recordemos, no es el tonto, no, no es el de apoyo, no, no es que no le sirva de nada, no, pues es el pie con el que ha metido casi todos sus últimos goles.

No parece (sigo pidiendo perdón) el piso 10 del Hotel Hilton Meadowlands, de NY, el mejor lugar del mundo, el sitio ideal para que el hombre que ha de convertir en realidad el triplete, el último sueño de la gent blaugrana, se prepare para el esprint final de la temporada.

¡Ah! Que dicen que es cuestión de dinero y que, con él en el banquillo, se vendieron más entradas. Pues nada, si es cuestión de dinero, que monten un negocio con Apple y a ganar miles de millones. Puede que se vendieran más entradas, sí, pero Argentina y los organizadores de esos amistosos decepcionaron al público (le engañaron, vamos), pues Leo no se pudo ni calzar las botas.

Y Martino se lavó las manos

Dicen que nada más aterrizar en la selección, el Tata MartinoMessi y los médicos ya sabían cómo estaba Leo, que recibió una patada monumental de su amigo Demichelis ante el City (recuerdo perfectamente el silencio del Camp Nou, que creyó que había perdido a Messi para el clásico) y jugó frente al Madrid, fijo, disimulando el dolor. ¡Así jugó! Perdón, ¡así no jugó! Así que el día 24, cuando la AFA informó a los médicos del Barça del asunto, estos, o Josep Maria Bartomeu o quien fuera, o nadie, vete tú a saber, dejó el caso en manos del amigo Martino, que escurrió el bulto y no lo puso ni un minuto. Pero allí no fue médico del Bar-

ça alguno. Y nadie, claro, se atrevió a sugerirle a la Pulga que regresase, como hubiese regresado cualquier otro lesionado.

Pero, veamos, tal y como está el Barça, ¿quién va llamar? ¿El presidente, que está entre la reelección y el banquillo de los acusados? ¿Charly Rexach? Ni de risa, ¿verdad? ¿El abuelete Ariedo Braida? ¡Qué dices, ya, sí, fijo! ¿Luis Enrique, para que Messi se enfade? No, no, dejemos el caso en manos del Tata, que conoce profundamente el Barça y miremos hacia otro lado. Eso sí, recemos para que la lesión («le duele mucho», dijo ayer Martino», miedo me da) no sea nada.

Como mínimo, amigos, coincidirán conmigo en que la situación ha sido esperpéntica y que, aunque sea el capitán y ame mucho a su Argentina natal, Leo debió de regresar a curarse a Barcelona. Pero como lo decidió Messi… pues todos a aceptarlo. Todos. Hasta usted y yo, que me he vuelto a poner de pie para terminar este texto políticamente incorrecto, muy incorrecto.

Eso sí, según he podido saber (y es lo que más me ha tranquilizado, mucho más que el anuncio de ayer del bueno de Piqué diciendo que «creo que Leo jugará en Vigo») lo último que hizo la Pulga antes de coger el vuelo de American Airlines para regresar a Barcelona fue ir a la tienda de ToyRUs de Nueva York y fundir la Visa (¿Imposible, no? Ya, sí) en regalos para Thiago. Iba con MascheranoDi MaríaRoncagliaRomero y Mancuello.

Todos sabemos que los ricos van a Nueva York a comprar sus regalos de Reyes. Incluso en marzo. Ya estoy más tranquilo. O no.