Messi, Messi, Messi...

Nada mejor que el pie de Leo para patear dulcemente las penas. En medio de tantas miserias, apareció Messi y, aunque nada cambie, nada es igual. Cuando todo parece venirse abajo, cuando nada es lo que debería ser, ni siquiera el fútbol convertido por algunos en una excusa para ir pisando cabezas, mientras los dirigentes se lo miran desde su palco de cristal, entre limusinas, dietas y hoteles de lujo, un trajín agotador retratado en la imagen de su máximo responsable, Villar, echando una cabezadita.

Cuando las bengalas merecen menos pena que las 'estelades', sin que nadie levante la voz, ni siquiera el Barça, que calla y paga. Cuando un irrelevante gesto de Piqué se convierte en trendic topic, por una falsa peineta alimentada por ese periodismo sin escrúpulos, y que a menudo arrastra al resto a ese terreno tan desagradable y poco profesional. Cuando un gol, el de Perisic, desmonta esa ficticia armonía de quienes dicen querer a España juegue quien juegue y, en el fondo, andan esperando un error para ajustar cuentas y cobrarse las facturas de sus fobias y filias, construidas la mayoría en los tiempos del mourinhismo.

Cuando Neymar anda dando brincos por las redes sociales, tan feliz, con todo derecho, de mansión en mansión, de fiesta en fiesta, rodeado de admiradoras y de 'toiss', mientras su padre mantiene abierta la subasta sobre su futuro. Cuando el Barça lleva meses y meses intentando sin éxito que firme la renovación, después de haber pagado lo que no estaba escrito, con el vestuario arrugando la nariz ante tanto desmán y tan poco compromiso.

Entre tanta mediocridad, dan ganas de tumbarse al lado de Robert de Niro en aquel fumadero de 'Érase una vez en América' y mirar en bucle el gol de Messi. El pie de D10s, el balón volando, el hueco imposible y olvidarse de todo. Messi, Messi, Messi...