Messi es el juez supremo

La final duró lo que quiso el 10. Regaló otra vez la majestad de su poder, la divinidad como rutina

Los jugadores del Barça celebran uno de los goles de la final ante el Alavés.

Los jugadores del Barça celebran uno de los goles de la final ante el Alavés. / periodico

ELOY CARRASCO

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Cinco años después, en el mismo escenario y torneo que Pep Guardiola en el 2012, Luis Enrique echó la persiana a su ciclo en el Barça del mismo modo: con una victoria y un trofeo más para lustrar su medallero. Nada ha sido fácil en el año del adiós del asturiano, ni siquiera, pese a las apariencias de un resultado holgado, superar a un Alavés impulsado por la ilusión y el ardor, a veces excesivo, de los primerizos. Para el Barça acaba una temporada de escasez y hasta penurias. Los títulos pata negra han pasado de largo y el equipo se ha tenido que conformar con las virutas de gloria que da la Copa del Rey. Es un buen final para Luis Enrique, como lo fue entonces para Guardiola, dos de los técnicos más importantes que han pasado por el Barça que siempre tendrán en común algo que les empujará hacia lo alto de las páginas de la historia: Leo Messi.

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El mazo del Tribunal Supremo le atizó el otro día, pero él golpea más fuerte, sin atisbo de erosión anímica por la condena. Nada descentra al 10 si vislumbra el metal de una copa. El Barça como institución atraviesa una jungla de casos judiciales que se añade a la incertidumbre de estrenar una era con un técnico nuevo que, es necesario, llegará rodeado de refuerzos que habrán de ser infalibles. Porque, como equipo, la inestabilidad ha sido el plato de la casa. Recitales sublimes y gallos lamentables. Solo Messi, juez supremo, prevalece por encima de mareas y terremotos. Su exhibición en la final de anoche queda como un faro más, de esos capaces de apagar las más terribles oscuridades. El Barça llegaba a este partido con una presión más: la derrota, en cualquier circunstancia, lo abocaba al escarnio y el ridículo. Perder habría sido ponerse la cuerda al cuello y que ya solo quedase ir en busca de un árbol.

EL VENENO DE THEO

El Alavés, como si lo supiera, porfió y estuvo en la disputa todo el tiempo. Con apenas una limosna de fútbol, que es todo lo que tiene que oponer al potencial azulgrana, los vascos quisieron que el viaje de sus aficionados, mayoría en la grada, valiese la pena aun en la derrota. Soñar ya venían soñados de casa, pero por un momento se atrevieron a creer, cuando Cillessen amagó con tragarse un gol y finalmente lo engulló del tenedor venenoso de Theo Hernández, el bautismo de un enemigo madridista desde ese mismo instante.

En realidad, las ilusionadas palpitaciones del Alavés duraron lo que duró un pestañeo. Messi abrió los ojos y todo terminó. Un gol, la autoría intelectual de los otros dos y un sinfín de cosas. Joyas. Messiadas. Para que el Vicente Calderón, una vez demolido, se llevara un epílogo dorado y con diamantes al más allá de los escombros.

ANDRÉ, LA NAVAJA SUIZA

El rey ya tiene otra copa. Messi cuenta 30 títulos individuales, está fuera de duda que es el mejor. Luis Enrique, como Guardiola, lo ha reconocido muchas veces. Sin él, sus carreras, sus palmarés, no serían lo mismo. El Barça de hoy es Messi y lo que surja. Principio y fin de todo. Así lo reconoció la afición azulgrana, rendida al 10, al fin con una alegría y un título que quizá no dé para inundar Canaletes ni sacar la rúa, pero pinta una sonrisa.

La noche brindó visiones insólitas. Esos vítores a André Gomes, la navaja suiza que al fin se sacó un gran partido como lateral derecho. Y hasta un gesto de Luis Enrique con Aleix Vidal, al que tanto había azotado. La Copa es el torneo de los milagros, pero lo de Messi es otra cosa. Hipnosis masiva. Poder supremo. La divinidad como rutina.