tú y yo somos tres

No te mereces ser feliz, Alberto

ferran Monegal

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'Velvet' es un chicle muy apetitoso. Les funciona muy bien. Les da grandes audiencias. Y claro, A-3 TV lo estira y lo estira para ir haciendo tiempo hasta el día 21, fecha programada para el gran fin de fiesta de esta teleserie. No se lo reprocho. La tele tiene una máxima de oro: si un negocio funciona, exprímelo hasta que muera. La semana pasada nos hicieron un capítulo típicamente de recurso. No pasó absolutamente nada. Se trataba de ir llenando lo minutos con escenas intrascendentes. Hasta parecía que los guionistas se habían quedado sin argumentos y muchos pasajes los resolvieron con música, mucha música, y ni un solo diálogo que echarse a la boca. Esta semana al menos han sido honestos: nos han emitido «Ana y Alberto, los recuerdos de su gran amor». No nos han engañado: han seleccionado los momentos de amor entre esta pareja a lo largo de estos dos años de 'Velvet', y los han montado de golpe. Ha tenido una virtud este trabajo. Visto así, en diacronía, nuestro canario flauta Papitu ha visto con claridad que el aparentemente bueno y estupendo Alberto es muy ruin en el fondo. Hay un momento clave. Lo pueden ver en la edición 'online' de EL PERIÓDICO. Es cuando él, abrazado a Ana, le cuenta: «El padre de Cristina está dispuesto a darme el dinero a cambio de que me case con su hija. Ese desgraciado piensa que soy un gilipollas: ¡se cree que voy a aceptar un trato así!». Pues acaba aceptándolo, efectivamente. Le hace una especie de cobra a Ana muy canallesca. Le gira la cara y se casa con la otra a cambio de seguir controlando la empresa. Feo, muy feo. Y además inútil. Ya hemos visto finalmente cómo ha ido la cosa: la empresa fue comprada por unos italianos malotes y perversos, y él se larga a Nueva York y desaparece. Papitu tiene razón: no se merece Alberto el glorioso 'happy end' que le preparan.

En 1979 o 1980, no recuerdo exactamente, TVE emitió en su 'Grandes relatos' la historia, en siete capítulos, de <b>Eduardo VIII</b> de Inglaterra y la estadounidense <b>Wallis</b> <b>Simpson</b>. ¡Ahh! Esa sí fue una teleserie de amor. Al margen de las actitudes filonazis que adoptó Eduardo VIII durante la segunda guerra mundial -esa es otra historia-, su papel como amante fue espléndido. Abdicó del trono, renunció a seguir como rey de Inglaterra -¡ah! Esa sí era una empresa, y no 'Velvet'- y se casó con la estadounidense. Todo por amor. Es verdad que tenía el riñón bien cubierto. No dio un palo al agua desde entonces.