¡Merci messieurs!

La llegada del mes de julio nos lleva inevitablemente al arranque del Tour de Francia

MÓNICA MARCHANTE

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Desde muy pequeña, asocio el mes de julio al Tour de Francia. Siendo adolescente y ya seguidora voraz de las retransmisiones deportivas, especialmente radiofónicas, recuerdo nítidamente cómo el legendario equipo Reynolds, con el gran José Miguel Echávarri a la cabeza, volvió a asaltar las carreteras francesas tras una sequía de años para los españoles. No le fue mal, en su primera participación hizo segundo en la general con el abulense Ángel Arroyo. Es la primera noción que recuerdo del Tour.

Después vendrían los años de Pedro Delgado, quien definitivamente enganchó a muchos españoles de mi generación a la cita diaria con la carrera. Las radios empezaron a retransmitir los finales de etapa. Nos enamoramos de Pedro por sus victorias, especialmente la del 88, pero más aún por sus ataques en las curvas de Alpe d’Huez, sus bajadas, por su valentía y hasta por sus sonados despistes.

LA ERA DE INDURÁIN

Supimos después que Delgado era el aperitivo de la época más gloriosa del ciclismo español. Un navarro llamado Miguel Induráin, cuya figura fue cincelada con precisión por el equipo Banesto, se convirtió en el mejor deportista español al lograr 5 ediciones consecutivas de la 'Grand Boucle'. Miguel dominó con una superioridad aplastante la montaña y las cronos. Fue la antítesis al talento mediático de Pedro Delgado. Hombre de pocas palabras, discreto, era imposible adivinar si sufría o no en la carretera. Pero sus victorias por aplastamiento, su elegancia y su sencillez en la victoria fueron inolvidables y se ganó una admiración que le acompañará toda la vida.

Cuando el vacío dejado por Miguel parecía difícil de llenar, los franceses volvieron a aplaudir a otro español. Alberto Contador terminó de amarillo en tres ocasiones, aunque son dos tras su sanción. El madrileño ha sido el ciclista más mediático desde la retirada de Perico. Sus ataques de larga y corta distancia, su raza en pie sobre la bici y el espéctaculo que ha dado durante años le hicieron temible y admirado a partes iguales. Eso y ser ninguneado en el 2009 por Lance Amstrong, que tuvo que aceptar cómo su 'coequipier' Alberto se vestía de amarillo en París pese a sus muchos desplantes. "He tenido que correr dos Tours, uno en la carretera y otro en el hotel", dijo entonces Alberto.

VIVIRLO 'IN SITU'

Tras años disfrutando la carrera desde el sofá, me decidí a pisar la carretera. Llevo cinco años escapándome al Tour. He vivido etapas en carrera, viendo el sufrimiento de los corredores subiendo esas rampas interminables de La Madelaine o la Croix de Ferre en los Alpes. He seguido la crono de Mont Saint Michel pisando los talones de Alejandro Valverde, he visto a Froome rendirse exhausto en una etapa infernal de pavés, he vivido la tensión de los directores en el coche ante pinchazos inoportunos, caídas o averías mecánicas. He visto ganar a Purito en lo alto de los Pirineos bajo una tormenta de granizo. He asistido a exhibiciones de Froome sentenciando el Tour en la primera etapa pirenaica y presenciado a unos metros su rifirrafe con Wigggins en La Toussuire.

He escuchado el silencio del pelotón roto solo por el ruido de los frenos de las bicis y de los helicópteros sobrevolandolo. Y hasta he estado en los Campos Elíseos detrás del podio viendo lo que la tele no ve. No sé quién ganará esta edición, que parece la más abierta de los últimos años. Lo que sí sé es que el Tour, de cerca, atrapa y enamora. Nada hay nada comparable. No concibo julio sin el Tour. ¡Merci messieurs!