La encrucijada catalana

Mentir por la patria

Un 'realismo mágico' se ha adueñado del debate político en Catalunya y la emoción supera a la razón

JOSEP BORRELL

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Montesquieu decía que «todo ciudadano está obligado a morir por su patria, pero nadie está obligado a mentir por ella». Afortunadamente, después de las guerras del pasado siglo, hoy es poco probable tener que morir por la patria. Pero si Montesquieu se asomara a Catalunya lamentaría las falsedades cuya machacona repetición las ha convertido en verdades incuestionables. Quien intente cuestionarlas será anatemizado por aquellos a los que la emoción les impide atender a la razón.

Hemos estado demasiado tiempo silenciosos ante esas falsedades. Y, aunque resulte incómodo y puede que sea tarde, hay que romper ese silencio porque las encuestas dicen que media Catalunya se siente mal informada sobre las consecuencias reales de la independencia. Y la otra media, en realidad no lo está porque le han contado, y le siguen contando, cosas que no son verdad.

LA INDEPENDENCIA EXPRÉS SIN COSTES

LA INDEPENDENCIA EXPRÉS SIN COSTESMas y Junqueras ofrecen a los catalanes la ficción de una independencia-exprés-sin-costes, que liberaría a Catalunya de un expolio que no tiene parangón en el mundo, solo aportaría ventajas –entre ellas 16.000 millones de euros contantes y sonantes–, no afectaría las relaciones comerciales con su principal cliente, sería reconocida sin problemas por la comunidad internacional y no implicaría la salida de la UE y del euro. Nos la presentan envuelta en datos falsos para calcular los beneficios y en la ficción de una estimación cero de los costes. Pero tal cosa no existe.

A la sociedad catalana se la ha engañado con una inventada comparación con Alemania, el cuento de las balanzas fiscales alemanas que nunca existieron. Después de todos los desmentidos, es increíble que se sigua repitiendo. En esta y en otras cuestiones hemos entrado en un realismo mágico en el que los hechos no importan y el debate racional es imposible. Junqueras se equivoca mucho (por decirlo de forma suave) cuando proclama que los catalanes ven desaparecer en beneficio del resto de España la mitad de sus impuestos. También nos fabula cuando dice que Catalunya hará como Alemania, que ha reducido el gasto militar el 40 %, lo que nunca ha ocurrido. Se lo debe haber explicado el que le redactó su famosa carta al Parlamento Europeo con el cuento del 4,5 %.

Catalunya no dispondría al día siguiente de la independencia de los míticos 16.000 millones para evitar recortes o disminuir su deuda. Esa cifra está calculada por un método muy particular que la sobrevalora de forma injustificada, basada en supuestos nada realistas que confunden a la opinión pública sobre su significado y que nada tiene que ver con los recursos fiscales que aportaría la independencia. Hay que reconocer que la venta de esta fábula a la opinión pública ha sido un éxito de comunicación política. Junto con las balanzas fiscales alemanas que nunca existieron, y con las que hemos comulgado durante años, forma parte de ese realismo mágico que se ha adueñado del debate político en Catalunya.

Es falso que se incumpla el principio de ordinalidad según lo establece el Estatut. Es cierto que el sistema de financiación autonómico tiene problemas que deben y pueden corregirse, como el de la agraviante comparación con el sistema foral. Pero no es menos cierto que la financiación per cápita que recibe Catalunya ha mejorado notablemente y, desde el 2009, está casi exactamente en la media de todas las comunidades autónomas. Que es hacia donde deberían converger todas, forales incluidas. Tampoco es cierto que la comunidad reconocería a Catalunya tras una declaración unilateral de independencia. Mas y Junqueras la han comparado con países coloniales, sometidos a dictaduras y ocupados militarmente. Pueden creer que la Constitución española es de «baja intensidad democrática», pero es la misma que tienen Alemania, Francia, Italia y EEUU. Ninguno de esos gobiernos apoyaría la secesión de Catalunya.

En el tema de la UE es donde el realismo mágico brilla en toda su excelencia. La realidad es que Catalunya no sería de forma automática reconocida y aceptada como nuevo Estado miembro de la UE y de la Unión Monetaria. Y nadie puede asegurar cuánto tiempo tardaría en serlo. La última institución europea en advertirlo ha sido el propio Comité de las Regiones que en su dictamen del 12 de abril del 2015 dice que en el caso de que una región europea obtuviese la independencia, tendría que solicitar su adhesión como cualquier nuevo Estado que quisiera ser miembro de la UE y esta requeriría un acuerdo unánime. Perdón, acabo de ver que la última en hacerlo es la señora Merkel, que parece que de eso entiende algo más que aquellos cuya pueril insistencia en asegurar que todo se arreglaría políticamente no ha hecho sino contribuir a su descrédito internacional.