El tricentenario del 1714

Lo de menos son las banderas

El Ayuntamiento de Barcelona prefiere la agitación propagandística nacionalista al rigor científico

JOAQUIM COLL

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Tiene razón el teniente de alcalde de Cultura barcelonés,Jaume Ciurana, cuando dijo hace unas semanas que lasenyeragigante que está previsto instalar en el Born, frente al nuevo centro cultural, no es muy grande. «No será una bandera como la de Madrid», quiso aclarar seguramente para que comparásemos los cabalísticos 17,14 metros de altura de este mástil con los 50 que mide el de la plaza de Colón, donde se alza desde el 2002 una megabandera española de casi 300 metros cuadrados. Eran tiempos deJosé María Aznary del fanfarrón «España va bien». Tamaños aparte, los nacionalismos tienen en común que nunca se sacian. El discurso nacionalizador de Barcelona que practica CiU empezó con el izado de una gransenyeraen el castillo de Montjuïc, prosigue con la del Born y promete continuar con otra mayor en el futuro parque de las Glòries.

PERO LO DE menos son las banderas. Me preocupan más dos aspectos generales que forman parte de un mismo discurso. Por un lado, el contenido que se está preparando para conmemorar el tricentenario de 1714. Hace ya unos meses advertí de que iba a utilizarse a fondo para reforzar el discurso independentista. Pues bien, los contenidos anunciados de la gran exposición temporal que se prepara en el Born, tituladaDonec Perficiam(Hasta conseguirlo), lo indican claramente. Con el uso del lema latino que utilizaban las unidades militares austriacistas no solo se quiere homenajear a los combatientes que defendieron heroicamente la ciudad, sino que se persigue, leemos, «señalar el camino a las nuevas generaciones para continuar el combate por las libertades hasta conseguirlas». Está claro: se busca confundir al ciudadano al establecer una relación directa entre pasado y presente, dando a entender que, bajo el conflicto sucesorio de la corona española del siglo XVIII, latía un deseo catalán de secesión que enlaza con el que persiguen hoy los soberanistas. A partir de esta premisa, se cae en el maniqueísmo interpretativo. Los catalanes estuvimos del lado de los buenos, de las «potencias protoindustriales y protodemocráticas», en referencia a Inglaterra y Holanda, frente al absolutismo francés y castellano. Ello no solo es exagerado, sino que plantea entonces una grave contradicción. ¿Por qué ingleses y holandeses lucharon a favor de la dinastía de losHabsburgoy del vetusto Sacro Imperio, cuya naturaleza económica y política era bastante menos moderna en muchos aspectos que su rival directo en el conflicto, Francia? Fue un conflicto de intereses, no de modernidades. Por otro lado, se quiere proyectar una falsa unanimidad, la idea de que Catalunya fue un «bloque compacto» contra losBorbones. Es decir, que no hubo guerra civil, lo cual es radicalmente falso: fue primero un conflicto internacional que en España se transformó en guerra civil. Hubo austriacistas destacados en Castilla y no pocos felipistas en Catalunya. Meses atrás nos enteramos de la dimisión del historiadorAlbert García Espucheal frente del proyecto museístico del Born, en el que trabajaba desde hacía años, fruto de ciertas diferencias con los responsables políticos. Parece claro ahora que el ayuntamiento ha preferido la agitación propagandística al rigor científico.

El segundo aspecto que llama la atención es el énfasis que pone el equipo deXavier Triasen afirmar que Barcelona debe ser la capital de la cultura catalana. Y en hacer de esta jaculatoria su guía de actuación en materia cultural. Resulta sorprendentemente ridículo. Algo así como si París reivindicara su protagonismo en la cultura francesa o Buenos Aires se afirmase como la capital del tango argentino. En realidad, al subrayar lo obvio lo que se pretende es modificar la idea de la catalanidad, asociándola exclusivamente a una sola lengua y priorizando las formas de expresión cultural tradicionales. Todo ello, claro está, al servicio de la transición nacional hacia el Estado propio. Por eso hay una inversión de las prioridades en materia de cultura.

AHORA SE huye del cosmopolitismo como si fuera la peste, para poner en primer plano lo auténticamente nacional y popular. Es difícil estar en contra de que Barcelona sea la capital de la sardana en el 2014 o de que este año acoja la Trobada Nacional de Puntaires i dels Tres Tombs. Y, por qué no, de que se invite a la valenciana Moixiganga d'Algemesí o al séquito popular de Reus para las fiestas de Santa Eulalia. La cuestión es que todo eso ya se hacía antes sin necesidad de enfatizarlo ideológicamente. Mal vamos si el éxito o fracaso de Barcelona en cultura depende ahora de «consolidar una estima recíproca» con el resto de Catalunya y los Països Catalans. No será subrayando lo obvio, ni llenando la ciudad de banderas, ni distorsionando la historia de hace 300 años, que lograremos que Barcelona siga siendo un referente internacional en cultura y creación cultural.