El peso de los traumas

La memoria recuperada

Al recordar ciertas vivencias personales dolorosas me he sentido una extraña dentro de mi recuerdo

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JENN DÍAZ

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Lucy Barton es la protagonista de la novela de Elizabeth Strout. Y Catherine Cesnik, la del documental The Keepers. Lucy Barton está ingresada en un hospital, sin saber muy bien qué le ocurre, y a los pies de su cama aparece, de pronto, su madre, a quien hacía años que no veía. Catherine Cesnik fue asesinada una noche en su ciudad y apareció semanas más tarde bajo la nieve en el bosque. Lucy Barton, en cuanto empieza a hablar con su madre, se da cuenta de que el recuerdo que ambas tienen sobre la infancia de Lucy es bien distinto: como si la madre hubiera olvidado por completo aquello que como madre no hizo bien, el dolor que le causó a aquella niña que ahora es una mujer enferma postrada en una cama de hospital, indefensa, marginada.

Catherine Cesnik tiene, tras su asesinato, una cadena de abusos de todo tipo. Su muerte queda ligada a la pederastia de la Iglesia, su posible atrevimiento para denunciarlo y el abuso sexual que sufrieron algunas adolescentes de un centro femenino del que ella era profesora. Las jóvenes, ya adultas, habían pasado la mayor parte de su vida ocultando, silenciando su historia: no solo ocultándosela a las demás, sino ocultándosela a sí mismas.

EL TRAUMA DE RECORDAR  

Leyendo el libro y viendo el documental logro hilvanar un discurso más o menos lúcido para mis propios olvidos, lo que me ha producido tanta inquietud durante los últimos años. La estudiante que sufrió los abusos del padre Maskell no empieza a recordar lo sucedido hasta que es adulta y su propia memoria la empuja. La conversación con su hija Lucy podría haber empujado a la madre a recordar cómo la dejaban encerrada en una camioneta y fueron duros con ella, pero a diferencia de la alumna de Cesnik, la madre de Lucy Barton no quiere obligarse a recordar. Recordar puede resultar traumático, y no todo el mundo está dispuesto.

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Uno de los capítulos de The Keepers está dedicado a ese mecanismo de defensa de nuestra mente: cómo para sobrevivir y seguir avanzando nuestra memoria nos oculta información. Una memoria selectiva que nos obliga a tapar todo aquello que nos pueda resultar, a la larga, un lastre. Hoy en día hay estudios al respecto: un shock traumático puede buscar esa pequeña luz en nuestro recuerdo, y refugiarse en ella, quedarse a salvo de la barbarie.

Durante muchos años, cuando he intentado –sobre todo desde que escribo y mi propia experiencia no deja de ser un saco del que ir sacando las historias– recordar ciertas vivencias dolorosas, me he sentido una extraña dentro de mi propio recuerdo. Sé qué he vivido, cómo lo he vivido, incluso cuándo y con quién, pero a menudo he dudado de su propia veracidad. Las personas con las que viví aquellas experiencias no están ya, por suerte, en mi vida, y por lo tanto no queda testimonio salvo mi propio recuerdo. ¿Me habrá ocurrido de verdad? ¿Habré falseado esta historia? El primer y único psicólogo que he tenido, al que acudí solo en dos ocasiones, también dudó de mí. No parecía demasiado creíble.

LA DUDA COMO REBELIÓN

Ahora quizá pueda explicar esta sensación de falsear mi recuerdo con la teoría de la memoria recuperada. Yo, a diferencia de la madre de Lucy Barton o de la estudiante de Cesnik que sufrió abusos, no he ocultado nada de lo que ocurrió, pero otro mecanismo me permite dudar de todo ello para rebelarme. Algunas de las escenas más dolorosas me cuesta un gran esfuerzo relatarlas en voz alta dándoles sentido, porque me parece estar mintiendo.

Ese ha sido, pues, mi modo de afrontar algunas experiencias de mi vida. Las que, por otra parte, estoy convencida de que me convirtieron no solo en la persona que soy, sino en la escritora que he acabado siendo. Mi mente no me ha permitido olvidar nada de lo sucedido: tengo muy buena memoria. Pero ha buscado su propia fórmula en la duda infinita. Desde entonces, ocurre: cuando intento recordar cualquier cosa, me parece estar boicoteando mi propio recuerdo. Sé qué ha ocurrido, pero necesito cerciorarme de algunos detalles con los demás, para no ser demasiado considerada conmigo misma, para no permitir que la extrañeza sea una forma de verme, para tenerme la compasión justa.

Lucy Barton, cuando se da cuenta de que su madre no recuerda lo mismo que ella, en ningún momento duda de su propio recuerdo, pero se apiada de su madre, que no ha hecho ningún esfuerzo por recuperar la memoria y comprender, así, el silencio que hay entre ambas desde que la hija se marchó de casa, se salvó. Yo, a estas alturas, ya solo siento curiosidad por saber qué recuerdan aquellos que me hicieron daño, si es que recuerdan algo.