Dos miradas

Memoria y ajedrez

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Debería ser obligatorio volver al menos una vez al año al Museu del Joguet de Figueres. Para recuperar la emoción del reencuentro con los juguetes que un día iluminaron la niñez o para saludar de nuevo a Don Osito Marquina, el peluche de Anna Maria Dalí, o para embelesarnos con el tren eléctrico que es ahora -cruce de vías- la alfombra que da la bienvenida al museo.

Debería ser obligatorio ir a finales de noviembre, cuando siempre -desde aquella noche trágica y tan triste de hace 13 años- hay una rosa en memoria de Ernest Lluch delante del caballo de cartón que donó a la colección de Josep Maria Joan i Rosa, el artífice, él y su mujer, de este espacio poderoso donde lo efímero se vuelve fortaleza perenne.

Ahora, en una vitrina privilegiada, frontispicio del recorrido, hay un juego de ajedrez. Un trabajo humilde que Damàs Calvet Serra, soldado e hijo de poeta, esculpió con trozos de madera perdidos, un cuchillo, papel de lija y un bote de betún (para las piezas negras) en el campo de concentración de Saint-Cyprien en 1939. En la huida, resonó la necesidad de implantar la inteligencia allí donde solamente había desprecio y odio. Conservó las piezas del juego hasta su muerte en una caja de latón, y su hija Núria, tras superar las tentaciones de desprenderse del juego, lo cedió al museo. Está allí para que lo contemplemos como testimonio de la débil y constante resistencia del hombre ante el oprobio.