Dos miradas

El mecánico

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Volvíamos de ser un número o un color, según algunos, de ser unos estúpidos que experimentan la trascendencia inmersos en la masa. O volvíamos, según nosotros mismos, de haber participado en una reivindicación que todavía es festiva, que todavía consiste en concentrar a ciudadanos libres que claman por derechos elementales, sin temor todavía, con la conciencia de contribuir con humildad a tener un país mejor, más digno.

Volvíamos, rojos y amarillos, y resulta que uno de los coches en los que viajábamos reventó una rueda. Se tuvo que detener en un área de descanso, pasado el Montseny. La combinación de la impericia del conductor para llevar a cabo una operación tan sencilla y la «desaparición» (él la llamó así) nada despreciable del gato hidráulico que tenía que contribuir al éxito de la empresa provocaron una llamada al servicio de asistencia.

La grúa llegó, el mecánico cambió la rueda y pudimos seguir el viaje hasta su casa. Antes de partir, el mecánico me preguntó: «¿Qué, cómo ha ido la 'V'?». Le dije que bien, todo eso del civismo y la fiesta que ya conocemos. Y él me contestó: «Pues claro. También han ido mi mujer y mis hijos y toda mi familia. Llegué aquí hace 23 años y todos somos catalanes. Ya estoy harto, sabe usted, ya es hora». Aquel hombre trabajaba, no iba ni de amarillo ni rojo ni seguía consignas. Ay, sí que vestía de amarillo, eso sí. Llevaba un chaleco reflectante. Un aviso para navegantes.