McLuhan y el rock duro

La respuesta norteamericana al glam rock británico de principios de los 70 nunca se distinguió por su sutileza. Los estupendos New York Dolls se presentaban pintados como puertas y disfrazados de furcias; el difunto Jobriath -su primer disco costó una millonada en promoción y no lo compró nadie- no era un dandi ambiguo, sino un mariconazo espectacular, si se me permite la grosería; ¿y qué decir de Kiss, que anoche actuaron en Barcelona para alegría de sus incondicionales? Pues que gracias al maquillaje, los trajes de mamarracho estelar, un atinado uso de la pirotecnia y el palmo y medio de lengua de su bajista, Gene Simmons, consiguieron ocultar su inanidad musical y convertirse en los favoritos del público infantil (en el que incluyo a un sector especialmente primario de la parroquia rockera internacional). Dentro del mundo pop, eso sí, Kiss es la banda que mejor ha aplicado la célebre máxima de Marshall McLuhan, según la cual el medio es el mensaje.

Lo comprobé a principios de los 80, cuando Kiss hizo su primera gira al desnudo y me tocó cubrir su concierto en Barcelona para un diario ya desaparecido. La idea, deduzco, era presentarse sin disfraces, pinturitas y fuegos artificiales para mostrar su talento tal cual. Lamentablemente, como su talento se reducía a la puesta en escena de un rock duro, vulgar y barato, lo único que vi fue a cuatro horteras de cierta edad, con el rostro destrozado por el abuso de cosméticos, interpretando canciones penosas. Hasta a Simmons parecía darle vergüenza sacar la lengua vestido de paisano. Meses después el grupo recuperó a gran velocidad su aspecto habitual, pues no era cuestión de arruinarse por un exceso de autenticidad y desnudez que nadie les había pedido.

Kiss no es la peor banda de la historia del rock de EEUU-ese baldón es para Aerosmith, aunque desde que descubrí a Maroon 5 tengo mis dudas-, pero sí un grupo que no habría llegado a ningún lado sin el maquillaje, los disfraces y, sobre todo, sin McLuhan.