Los problemas del Vaticano

El mayor escándalo de la Iglesia

Si no actúa de verdad contra la pederastia, Francisco fracasará en la reforma que quiere llevar a cabo

El mayor escándalo de la Iglesia_MEDIA_1

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JUAN JOSÉ TAMAYO

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La pederastia es el mayor escándalo de la Iglesia católica de todo el siglo XX y de principios del siglo XXI, el que más descrédito ha provocado a esta institución bimilenaria y el que ha generado mayor pérdida de creyentes. Quienes eran considerados expertos en educación, abusaban de los niños y niñas que los padres les confiaban. Quienes se presentaban como guías de almas cándidas, mancillaban los cuerpos de niños y adolescentes indefensos. Y eso sucedió durante décadas en no pocas de las instituciones religiosas: parroquias, seminarios, colegios, noviciados, etcétera.

El Vaticano conocía perfectamente la situación, ya que hasta él llegaban informaciones y denuncias de todo el mundo, que archivaba. A las víctimas y a los informantes se les imponía secreto para salvar el buen nombre de la Iglesia. Tal modo de proceder creó un clima de permisividad, una atmósfera de oscurantismo y un ambiente de complicidad con los abusadores, a quienes se eximía de culpa, mientras que la culpabilidad se trasladaba a las víctimas, que se veían bloqueadas para ir a los tribunales. Hacerlo se consideraba una desobediencia a las orientaciones eclesiásticas.

No importaba la pérdida de dignidad de las víctimas, ni los daños y secuelas, muchas veces irreversibles, ni las graves lesiones físicas, psíquicas y mentales con las que tenían que convivir los afectados de por vida. Faltó compasión con las víctimas y sensibilidad hacia sus sufrimientos. No hubo reparación de daños, ni rehabilitación, ni justicia.

Sucede, además, que la mayoría de las veces los casos de pederastia se produjeron en instituciones y centros de formación masculinos dirigidos por varones: párrocos, formadores de seminarios, educadores de colegios, maestros de novicios, padres espirituales, obispos, todos célibes, en el ejercicio del patriarcado en estado puro. Lo que demuestra que el patriarcado recurre incluso a los abusos sexuales para demostrar su poder omnímodo en la sociedad y, en el caso que nos ocupa, sobre las personas más vulnerables. Es la forma más perversa de entender y de ejercer la masculinidad.

El cáncer de la pederastia con metástasis, extendido por todo el cuerpo eclesial, es la prueba más fehaciente del fracaso del catolicismo de Juan Pablo II y del cardenal Rat-zinger, que lo encubrieron, el primero como Papa y el segundo como todopoderoso presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante un cuarto de siglo. Y siendo este último Papa, Benedicto XVI, se vio obligado a dimitir porque la suciedad le llegaba al cuello y no supo limpiarla a tiempo.

Aunque con retraso, llega ahora una severa denuncia de la ONU contra el Vaticano, al que acusa de anteponer su reputación a la defensa de los derechos de los niños, de violar la convención que protege dichos derechos, de no reconocer la magnitud de los crímenes, de ejercer una prolongada y sistemática política de encubrimiento de las violaciones y de, ante la gravedad de los hechos, limitarse a trasladar de parroquia a los pederastas.

La reacción inmediata del Vaticano a través de su portavoz, el jesuita Federico Lombardi, no ha sido precisamente la de ofrecer colaboración con la ONU y con los tribunales, ni la de proceder con urgencia al esclarecimiento de tamaños crímenes. Lo que ha hecho ha sido contratacar y acusar a la ONU de «ataques ideológicos» y de interferir en las enseñanzas de la Iglesia y en la libertad religiosa. Me parece una respuesta equivocada, ya que a mi juicio la ONU no hace ataques ideológicos ni se interfiere en asuntos ajenos a su competencia sino que exige el cumplimiento de la Convención de los Derechos del Niño.

Si el modelo de Iglesia de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI fracasó, entre otras razones, por su actitud permisiva hacia la pederastia, el nuevo modelo de cristianismo eclesial que parece estar gestándose solo puede ver la luz si el Vaticano cambia de actitud en este tema. El papa Francisco debe responder a las graves denuncias y a las legítimas peticiones de la ONU de manera inmediata: actuar con contundencia contra la pederastia, poner fin a la impunidad, condenar públicamente los crímenes cometidos, pedir perdón por ellos, destituir de sus funciones a los responsables, abrir los archivos donde se encuentra la información acumulada durante décadas y entregar a la justicia a los pederastas y sus encubridores.

Si no actuase así, sospecho que la reforma de la Iglesia fracasará. Sus gestos de apertura se quedarán en gestos para la galería y sus palabras de solidaridad se las llevará el viento.

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid. Autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica