NÓMADAS Y VIAJANTES

Matones con uniforme

RAMÓN LOBO

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Todo empezó cuando inventamos la agricultura y a alguien se le ocurrió la idea de dividir las tareas: uno ara la tierra, otro habla con los dioses para garantizar la cantidad de lluvia necesaria y un tercero se arma para defender a los anteriores. Ya sabemos que el asunto terminó mal: se aliaron el embaucador y el guerrero para esclavizar al que trabaja.

La acción del policía neoyorquino Daniel Pantaleo en la detención de Eric Garner, a quien aplicó una llave sobre el cuello, demuestra que hemos avanzado poco. Garner murió estrangulado, igual que Michel Brown murió en Ferguson de seis disparos porque un agente estimó peligrosa su supuesta resistencia. Hay tres puntos en común: no estaban armados, eran negros y sus agresores no van a ser juzgados.

La civilización, esa forma de novelar el cuento de la explotación, añadió una cuarta función: jueces encargados de limitar los excesos. En la jerarquía del poder, estos se sitúan debajo de los dioses y los armados, algo que la mayoría entiende perfectamente, menos Baltasar Garzón y Elpidio Silva.

Por encima de cualquier división social existen dos factores clave que explican la desigualdad ante la ley, el poder y los dioses: el dinero y la raza. Un joven negro en Estados Unidos tiene veintiuna veces más posibilidades de morir a manos de un policía que un joven blanco. Es un hecho; también que la impunidad es incompatible con un sistema democrático.

Un tipo de uniforme es un servidor público, una persona a la que la comunidad le permite ejercer una cantidad de violencia en defensa del bien común. Su arma de trabajo es la auctóritas, es decir, el prestigio. El abuso sin castigo es la puerta de entrada para que los psicópatas ejerzan la violencia dentro de la ley. Esto es incompatible con el sentido común.

SEÑAL DE LOS DIOSES

El libro La rama dorada del antropólogo James Frazer, una obra maestra sobre religión, magia y organización social, narra casos de monarquía absoluta limitada. Recuerdo el del reino medieval de los tazares en Rusia: la ruina de la cosecha por falta de lluvia se consideraba una señal de los dioses de que el rey había dejado de gozar de su favor.

No es necesario tener imaginación para saber cómo acababa el monarca desahuciado por la climatología. No hay noticias de costumbres similares aplicadas a sacerdotes, militares y jueces. La crisis, que aún padecemos, es una oportunidad de dar un susto al quinto grupo de poder que cobra importancia desde el siglo XIX: los economistas.

La corrupción de un sistema democrático no es solo que un número elevado de sus miembros elegidos como representantes se dediquen a meter la mano en la caja común, sino que el mismo sistema sea incapaz de garantizar una cantidad razonable de justicia, una cantidad razonable de igualdad ante la ley. El abuso de poder, sea de sacerdotes pederastas, militares golpistas, policías asilvestrados o jueces prevaricadores, es incompatible con el concepto de comunidad.

La policía de EEUU será ejemplar en su mayoría, como los son, según dicen ellos, los políticos españoles, pero esa misma mayoría debería ser la principal interesada en separar el trabajo honrado del matonismo. Si todo se confunde, si desaparece la línea entre lo justo y lo injusto, ¿quiénes son los buenos?

Para matar hay que deshumanizar al otro. Sucede en Ferguson, en Nueva York, en las guerras, en las ocupaciones y en los sistemas de segregación racial. El otro no es nadie, ni siquiera es humano: puede morir. En estos procesos psicológicos la deshumanización es mutua.

El policía que estrangula cuando hay más agentes en la detención de un sospechoso desarmado ha cruzado la línea entre el bien y el mal, entre democracia y dictadura.

CRUZAR LA RAYA

Si no nos defendemos de los abusadores, sean en Irak y Afganistán, donde fuimos en teoría a llevar paz, libertad y democracia, si no nos defendemos de los matones con uniforme, será la sociedad entera con sus dioses la que cruzará la raya.

Cuando esto sucede, cuando se aprieta demasiado en el cuello de una comunidad que se siente indefensa, estalla la revolución, una manera rápida de cambiar de militares, sacerdotes, jueces, políticos y economistas para que el agricultor (trabajador) siga siendo el último de la escala social. Las revoluciones son mágicas el primer día. Después copian los defectos que denunciaban.

Lo dice Woody Allen en el final de la película Bananas, cuando el jefe guerrillero anuncia que todos hablarán sueco y los hombres llevarán los calzoncillos por fuera. El numero dos se gira hacia el personaje de Allen y le dice: «Se le ha subido el poder a la cabeza».