Oyendo a Matas ¿de verdad puede gobernar Rajoy?

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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He visto, de nuevo, a Jaume Matas, con su nuevo trasplante de aparatito para oír mejor. Lo he visto declarar, y oído, claro, oído, y aún se me ponen los pelos de punta pensando que este hombre está en libertad. Y pensando que fue presidente de Baleares. Y pensando que fue ministro, ¡ojito, que no es poca cosa!, de José María Aznar. Y que, habiendo hecho lo que ha hecho, no esté en la cárcel donde, en menos de quince minutos, metieron a los titiriteros.

He visto a Matas y le he visto con tal desparpajo, con tal cara, con tal arrojo y atrevimiento que aún no entiendo como Mariano Rajoy y todos, todos, los dirigentes del PP que besaron por donde pisaba este individuo, aún pretenden engañarnos con seguir gobernando España. O lo que sea.

He oído a Matas, un tipo que todavía tiene pendiente innumerables causas del 'caso Palma Arena', y sigue paseándose y disfrutando de las playas de Mallorca. Y, lo peor, he oído a Matas decir, de nuevo, ¡dios! ¡tremendo!, que todo lo que hizo lo hizo “por interés público”. El mismo argumento que utilizan los socios del Instituto Nóos para justificar sus actos y demás proyectos.

Puede que sus vidas se hayan distanciado, puede, pero la sensación que existe en Mallorca es que los nombres y casos (y fantasmas, y delirios de grandeza, y creerse seres superiores siendo unos cualquiera) de Matas e Iñaki Urdangarin siguen muy unidos. Los dos vivían en palacetes que ya no pueden disfrutar. Y los dos creyeron ser merecedores de ellos, pese a que ninguno de los dos podía pagárselos.

Son muchos los que aseguran que todo empezó cuando el matrimonio Matas, Jaume y Maite Areal, visitaron la casa de su abogado Joan Buades. Aquella noche, dicen fuentes cercanas a la pareja, cambió la vida del exministro de Aznar. Sobre todo cuando Maite entró en el vestidor ‘nueve semanas y media’ de Buades y vio la cantidad de trajes, camisas, corbatas y zapatos debidamente alineados, impecables, que habían en aquel armario de espejos y maderas nobles. Cuentan que, al salir de aquella mansión, Areal le dijo a Matas que no tenía sentido que su abogado viviese mejor que ellos. Y ahí empezó todo.

Maite nunca guardó el dinero en latas de Cola-Cao, como la que desenterró la policía en el jardín de Antònia Ordinas, con parte de los 200.000 euros que había levantado de dinero público. Tampoco lo escondió bajo los colchones como hacía ‘La Paca’, aquella jefa del poblado de Son Goleo que entró en prisión al grito de “semos inocentes” tras ser castigada por traficar con kilos y kilos de cocaína. Maite empezó a gastar a saco, a oro y brillantes, en la Joyeria Alemana y en escobillas para el váter del ‘palacete’, que costaban casi mil euros. Y, no solo hizo eso, sino que se encargó que lo supiera todo Palma, todo Mallorca.

Y, ahora, su marido, uno que fue ‘president’ y ministro, dice que todo fue por “el interés público”. Y lo dice para no ir a la cárcel, de donde jamás debió salir.