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El bacon de los musulmanes

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MIQUI OTERO

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Esto es un indio, un taiwanés, una negra lesbiana. Y no es un chiste. Tampoco un catálogo de Benetton. Ni una serie sobre (ni para) minorías, sino una serie en la que estas sufren pero, sobre todo, ríen.

'Master of None', que acaba de estrenar temporada, narra de modo semiautobiográfico las tribulaciones un treintañero de origen indio en Nueva York. Las suyas y las de otros invisibles: Aziz Ansari, su creador y protagonista, alucina cuando descubre que el científico indio de 'Cortocircuito' era un actor blanco disfrazado, un taxista de Ruanda se agarra un buen rebote cada vez que se suben blanquitos que hacen 'spoilers' de películas como si él no estuviera al volante o una dependienta sordomuda discute por signos con su novio sobre por qué no le hace cunilingus desde el Cretácico.

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En el episodio 'Religiones', un Aziz niño titubea ante la duda definitiva: comer o no comer (un trozo de bacon). Ya entonces se lo zampa, pero le costará hacer eso mismo delante de su padres (musulmanes) tres décadas después. Aunque cuando ganó Trump, Ansari publicó un texto durísimo en 'The New York Times', su serie aborda conflictos (políticos) de una segunda generación de inmigrantes desde anécdotas cotidianas. Eso es escribir; lo otro, dar mítines.

Mi abuela, por ejemplo, era una mujer católica de aldea: cuando yo padecía crisis asmáticas en mi infancia, ella se colocaba a los pies de la cama y rezaba padrenuestros. Mientras yo me ahogaba como un Darth Vader portátil, escuchaba de fondo Ràdio Estel: "Líbranos de cualquier perturbación". ¿La convierte eso en un personaje etiquetable como "lunática peligrosa"? No: esa misma persona en su juventud subía furtivamente al monte para poner inyecciones a los maquis y en el ocaso de su vida tarareaba canciones cubanas (escuchadas a indianos décadas antes) y dudaba de su fe. También hacía trampas a la brisca, tenía un nombre muy poco católico (Placeres) y, cuando la tapabas con la manta, decía que la manta, por gustosa, era "humilde".

Ansari visibiliza personajes sin reducirlos a clichés. Algo, en el caso de los musulmanes, en un mundo de ficciones paranoicas y racistas y donde los tertulianos confunden islamistas con islámicos y en el que los terroristas eligen conciertos juveniles, no solo justo, sino también necesario.