Al contrataque

Mas y el Rey, sin palabras

XAVIER SARDÀ

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Cena de los vips de oro en Girona. Entrega de los premios de la Fundació Príncep de Girona. En el ayuntamiento han quitado la foto de los Reyes padres y parece que no pondrán la del hijo y Letizia. El alcalde, elegante en la foto de la fundación pero quizá con cierto complejo de culpa estética. El consistorio quiere desvincular a la ciudad del título de Príncipe de Girona. El alcalde, elegante y como de festa major. Si no quieren seguir con lo de Príncipe de Girona, que se corte el rollo de cuajo y menos comedia. Se le dice al Rey: «Oiga, que la fundación le echa como presidente de honor. Que lo será Mas». Y fuera.

Por lo visto, en la supercena el Rey y Mas no hablaron del proceso. Es apasionante el absurdo que se produce cuando los seres humanos saben que pueden hablar de cualquier cosa menos de la cosa esencial. Es Freud en tetrabrik. Vamos, que el país está a punto de entrar en colisión de hadrones pero se habla del tráfico o de fútbol. Por lo visto, lo diplomático es llevar la conversación como si se estuviese en un ascensor o en un tanatorio: «Qué niño tan mono». Es el abismo de lo convencional. No hablar del tema es, por lo visto, elegante, adecuado y conveniente.

Rajoy y Mas no hablan por mal rollo. Mas y el Rey no hablan por buen rollo. ¿Hablan el Rey y Rajoy del tema? ¿De qué rollo? ¿Hay alguien que hable ahí arriba? Puede que solo hablemos los pringados que asistimos al Roland Garros de acusaciones cruzadas entre Gobierno y Govern. De eso sí saben. Seguimos en la olla a presión.

Derroche de saliva

Un sabio me consigna que en Catalunya derrochamos saliva como en pocos países. Se refiere a las tertulias, a los líderes políticos que se entreveran con el y tú más y al fingimiento de la buena fe. Mucha saliva, pero mal repartida. Mucha tensión por aquí abajo, pero cuando los de arriba cenan hablan del gótico flamígero. La lucha libre queda en bridge y la enfatizada animadversión sobreviene versallesca. Cansa, oigan.

Abajo discutimos para tener razón y casi nunca para llegar a ciertas verdades. En nuestra vida cotidiana nos aturde la posibilidad de cambiar de criterio. Si alguien nos convence, jamás lo reconoceremos. Situaremos el cambio de opinión en un lugar inaccesible del córtex y al poco tiempo creeremos que el neocriterio siempre ha sido nuestro. Muy dialécticos no somos. Pero la enorme paradoja es que los de arriba provocan la tensión y la dispepsia popular mientras ellos, insisto, hablan del sexo de los ángeles. Abajo, toxicidad social, y arriba, zapatitos de charol.

Lo que queda muy fino es hablar con alguien por interposición. Sí, grupos de empresarios que intentan aproximar posturas. Vamos, whatsapps de carne y hueso entre Mas y Rajoy.