ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Más Moix

dominical 602 seccion trueba

dominical 602 seccion trueba / periodico

DAVID TRUEBA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace muchos años aprendí una costumbre de Rafael Azcona. Él, que hizo jurar a su esposa que no pondría en conocimiento de nadie su fallecimiento hasta estar incinerado para evitar cualquier tentación de homenaje mortuorio, alérgico como era a la cultura necrófila nacional, me enseñó a practicar un rito. Cada vez que moría alguien que apreciaba, recuperaba alguna obra, ya fuera una película, una canción, un libro, unos versos, y aquel día le dedicaba el último rato de la noche antes de ir a dormir. Así sabías que si moría alguien relevante no encontrarías a Azcona en ningún funeral ni misa, sino tumbado en su cama leyendo algunas páginas de su obra. Por entonces, yo vivía en aquel estado que tan bien definió la poeta Edna St. Vincent Millay cuando escribió que la infancia es el reino donde nadie muere. Pero el tiempo nos empuja hacia otro lugar menos guarecido que la infancia, en el que amigos, conocidos y personajes admirados mueren irremediablemente a tu alrededor, reduciendo la distancia de la muerte con tu trinchera. Es ahora cuando practico la alergia azconiana por los funerales y trato de reparar esa ausencia con un íntimo homenaje.

Al morir Ana María Moix recordé de manera automática la última vez que nos vimos. Ella fumaba en la terraza de un local del que yo salía. Y me regaló de nuevo la sonrisa cómplice y su curiosidad habitual por aquello en que andábamos metidos. Cuando la conocí estaba empeñada en sostener la memoria de su hermano Terenci a través de unos premios que organizaba con Juan Manuel Iborra. Jamás acepto ser jurado de nada, pero como aquello consistía en una comida más o menos caótica, donde te podías enfrascar en una discusión visceral con Saramago o en travesuras vitriólicas con Marcos Ordóñez, fui acostumbrándome a participar. Conocí gente estupenda y hasta me gané el regalo de unos paseos por Barcelona, como anfitrión, junto a Berlanga Tom Stoppard. Pero lo que me seducía de todo aquello era la esencia de dos hermanos que se amaban. Ana María y Terenci tenían una rara cualidad para pensar en positivo sin dejar de ser ácidos, con preferencia por las buenas noticias y los ratos agradables. A Terenci apenas lo traté, pero siguiendo el rastro que dejó en sus amigos intuyo que prefería la risa y la alegría a la profesión de mustio y aguafiestas.

Para llegar a amar una ciudad, es muy importante que caigas en las manos de un embajador perfecto. Estos no son nunca cargos oficiales ni propagandistas turísticos. Son gente abierta, cercana y acogedora, que te hacen relacionar la ciudad con su carácter y con un pedacito de su conversación. Así, Ana María, estaba asociada para mí con la Barcelona inteligente, abierta y curiosa, cargada de recuerdos y anécdotas de un tiempo donde Terenci aún se llamaba Ramón Maruja Torres era María Dolores. Rebuscando entre recitados de ella en la red, porque prefería escucharla a leer uno de sus poemas, encontré una grabación accidentada, donde le sonaba el móvil y hablaba de unos y de otros mucho más que de sí misma, pero que en un momento dado, y refiriéndose a otra persona, culminaba en un pensamiento no demasiado perseguido. Ella decía: hace falta ser muy inteligente para ser buena persona. Entonces creí comprender algo más de los Moix y de su ejemplar manera de ser.