Editorial

Mas: la épica y el funambulismo

Dirimir la independencia en unas elecciones compromete la legitimidad del veredicto, convirtiéndolo en reversible

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La conferencia de Artur Mas del pasado martes pretende marcar la agenda política catalana de los próximos meses y años. El discurso del president, claro y cartesiano como siempre, merece tanta atención y respeto como debate y alternativa. Parte de la premisa, ampliamente compartida en Catalunya, de que los ciudadanos deberán pronunciarse tarde o temprano sobre el tipo de vínculo político a mantener con el resto de España. Pero la coincidencia en el diagnóstico no implica la dócil asunción de su receta. Mas plantea que a la pregunta sobre la independencia se le dé respuesta en unas elecciones en el marco legal de la autonomía, «único instrumento que queda» tras intentar pactar el plebiscito con el Estado, pedir la competencia para celebrar un referéndum legal y convocar una consulta no vinculante, al fin reducida a proceso participativo sin mandato democrático. Y reconoce que, siendo el «único» camino, no es el «mejor». Una afirmación que no debería pasarnos por alto.

Quienes dudan sobre las elecciones llamadas plebiscitarias no militan solo en el espectro de la clase política española que se aferra al inmovilismo, ni tampoco en las capas catalanas reacias a debatir la independencia. Dirimir una cuestión de tal trascendencia por la vía de unas elecciones plantea varias incógnitas. En primer lugar, convierte la independencia en una decisión reversible que, lejos de solventar un problema político por unos cuantos años, lo embalsa en el estanque de la controversia electoral. Lo que se decida en unos comicios se puede reconsiderar en los siguientes si las mayorías y minorías se alteran. Si además la lista (o listas) del  obtiene la mayoría de los escaños pero no de los votos, la legitimidad del veredicto quedaría seriamente en entredicho.

En segundo lugar, sustrae a una parte de la población el derecho a expresar sus matices y sus acentos -ideológicos, sociales, económicos, culturales...- ante la pregunta formulada; no todos los catalanes que desean un nuevo Estado defienden el mismo modelo socioeconómico para Catalunya.

Y, finalmente, suscita incógnitas prácticas. ¿Qué ocurriría si esa lista con programa único que pide el president  ¿Quién gobernaría en los próximos cuatro años? ¿Con qué programa de gobierno? Celebrar cuatro elecciones en seis años, por lo demás, comportaría una inestabilidad política inédita en Europa, excepción hecha de la Italia de los años 90.

Los siguientes pasos de la propuesta todavía abren más interrogantes. No acaba de quedar claro quién y cómo elaboraría la hipotética Constitución catalana. Ni qué sucedería si el referéndum anunciado para el 2016 fuera, de nuevo, vetado por el Estado.

La causa última de las sospechas que levanta el plan está en otra de las premisas que introduce el president para completar su argumentación: «El país -dice- no vive en condiciones normales». Suscribir, como hace buena parte del catalanismo, la crítica a la poda del Estatut en el Constitucional y a la inacción del Gobierno del PP no supone aceptar la excepcionalidad que postula Mas. No la comparten cuantos declinaron participar en el 9-N, ni quienes votaron contra la independencia, ni probablemente todos los que la apoyaron en las urnas.

Sin estas premisas, la propuesta queda desnuda de buena parte de la carga épica de la que Mas revistió su discurso. Si no es la única solución y la situación no es excepcional, queda al descubierto el componente funambulista del plan, que pretende reajustar los pesos y medidas dentro del espacio independentista, amplio pero no hegemónico.

La visita, ayer, de Mariano Rajoy, más orientada a insuflar ánimos al alicaído PPC que a conquistar el alma de los catalanes, tampoco sirvió para despejar los nubarrones que se ciernen sobre Catalunya. Exhibir la ayuda financiera a la Generalitat, sujeta al pago de intereses pese a estar financiada con los impuestos que pagan los catalanes, no servirá para resolver un conflicto que reclama altura de miras. Más le hubiera valido esbozar la «propuesta atractiva» para todos los catalanes, piensen como piensen, que pedía la víspera el popular Xavier García Albiol.