Paren, que me bajo

Campo de refugiados de Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia.

Campo de refugiados de Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia. / periodico

Albert Sáez

Albert Sáez

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Este 8 de marzo es un día vergonzoso. Como cada año, tenemos el cinismo de reconocer que durante los otros 364 días nos olvidamos -individual y colectivamente- del 50% de la humanidad, el que lleva nombre de mujer. Otro 8 de marzo más publicamos los estudios oficiales y los artículos periodísticos de rigor denunciando la discriminación sistemática que sufren las mujeres. En pleno siglo XXI seguimos lastrándoles su realización personal y profesional poniéndolas en la disyuntiva de una maternidad a prueba solo de heroínas. Hemos cambiado leyes, hemos abierto observatorios y hemos firmado manifiestos pero en muchas cosas seguimos donde estaban nuestro tatarabuelos, o incluso más atrás. Demasiadas veces da la impresión que la discriminación de las mujeres es el resultado de una mano invisible. Pues, no, es la mía, la tuya la de todos los que permitimos que sigan percibiendo salarios inferiores a los nuestros, que sigan oyendo que "las ayudan" en casa, que sigan pasando vergüenza cuando escuchan a cualquier grupo de machos alfa habitualmente desbocados caundo se quedan solos. La discriminación de la mujer es una herida lacerante de nuestra civilización que solo tiene unos responsables: los hombres y su concepción antigua y vetusta del poder y del orden social. No estamos en una sociedad machista sino en algo peor como es una sociedad hecha a medida de un solo tipo de hombres: los machos alfa, eso que algunos llaman un patriarcado en toda regla.

Europa se muere

Este 8 de marzo tiene otro motivo para el luto. Europa muere ahogada en la crisis de los refugiados. La cumbre con Turquía para pagarle a cuenta de que asuma la custodia de los asilados que llegan de Siria es un auténtica ignomínia. Una victoria más del eje de bloqueo de la Unión Europea liderado por la Gran Bretaña y secundado por los gobiernos del Este del continente, países donde no hace ni treinta años gozaban de la solidaridad del resto de europeos cuando se jugaban la vida cruzando el telón de acero. Han sido los primeros en olvidarlo y en ignorarlo. Y el resto de la UE ha sido en este asunto tan cínico como los hombres en el tema de las mujeres. Es para bajarse de esta Europa, y de este mundo.