Análisis

Mariano lo tiene claro

Rajoy tiene más que decidido que prefiere ir a unas terceras elecciones porque las da por ganadas

Mariano Rajoy, en la sesión de investidura del pasado mes de agosto, en el Congreso de los Diputados.

Mariano Rajoy, en la sesión de investidura del pasado mes de agosto, en el Congreso de los Diputados.

ANTÓN LOSADA

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Si alguien todavía desconocía que Mariano Rajoy es un parlamentario temible ahora ya no podrá alegar ignorancia. Pregúntenle a Pablo Iglesias, quien seguramente aún anda intentando encontrar el tono para darle la réplica adecuada a los hachazos en guante de seda que debió encajar como un alumno en la revisión de su examen de septiembre. El líder de Podemos ya ha conocido el poder narcótico del temible 'abrazo mariano', ni una mala palabra ni una buena acción hasta que descubres que ya te ha matado sin saber cómo ni cuándo.

Rajoy perdió a los puntos la votación pero empató cómodamente una contienda donde todos planeaban arrearle como a saco de boxeo. Ni perdonó ni dejó de devolver uno solo de los golpes. El debate lo deja todo como estaba pero al tiempo lo ha cambiado todo. El presidente en funciones no ha podido revelar su verdadera estrategia con más claridad. Rajoy tiene más que decidido que prefiere ir a elecciones porque las da por ganadas. Ahora mismo su objetivo se concentra en asegurar un gobierno fuerte y estable, no una investidura que cree una mera cuestión de tiempo.

Si tras las elecciones gallegas y vascas se le facilita una investidura 'gratis total' volverá a intentarlo. Si no, todos a votar otra vez. Él ya ha hecho su trabajo y no piensa mover un dedo más. Lo repite una y otra vez, y va en serio. En la lógica mariana ya suma mayoría suficiente para gobernar, no existe alternativa y si fuéramos a elecciones, a la tercera iría la vencida.

UN PACTO DE GOBIERNO 

Por si alguien aún lo dudaba, el discurso inicial del aspirante no pudo evidenciar de manera más notoria que su acuerdo con Ciudadanos trasciende al mero apaño de investidura y fin de semana. Constituye un pacto de gobierno destinado a consolidar y ampliar las políticas del PP en la pasada legislatura. A los recortes económicos ahora se sumarán los políticos e institucionales que los populares se ven legitimados para implementar tras el blanqueado regalado por su socios naranja.

Prestarle 10 minutos de titulares a un Albert Rivera más metido que nunca en su papel de jefe de ventas de grandes almacenes, empeñado en convencernos que este es el 'tres por dos' que íbamos buscando, supone un precio de saldo que Rajoy pagó sin esfuerzo a cambio de un pacto donde todo cuanto pide Ciudadanos será posible si y solo sí antes se cumple el programa del PP.

Rajoy no acudió al Congreso a seducir a los socialistas como algunos reclamaban. Se presentó para ponerlos en su sitio. Dejó muy claro que no piensa perder un minuto rogando por algo que, hoy, sabe de sobra que no le darán. El aspirante se empleó a fondo en vaticinar unas terceras elecciones que personalmente está deseando, pero deben parecer culpa de Pedro Sánchez.

Rajoy recuperará el viernes el control sobre su recurso favorito: el tiempo. Solo él seguirá siendo el único candidato viable y sabe que toda la presión recaerá entonces sobre un líder socialista que deberá decidir entre negociar su abstención o armar una alternativa tan difícil como llena de incertidumbres y trampas.

Una y otra vez la política española vuelve sobre la causa real del bloqueo, que no reside en la fragmentación del resultado o en que la gente vote mal, sino en la falta de alternativa. Ahí está la verdadera excepcionalidad española. No es que no sepamos pactar, más bien carecemos de alternativa. Rajoy no tiene que moverse porque nadie desafía su monopolio. Representa su mayor ventaja y al tiempo su principal debilidad: que haya o no alternativa constituye una variable de la ecuación que no controla; depende de Pedro Sánchez.