Gente corriente

María del Carmen Hernández: «Los retoques estéticos son el mejor antidepresivo»

Partidaria del retoque. Lleva décadas de lealtad a la reparación estética.

María del Carmen Hernández

María del Carmen Hernández

NÚRIA NAVARRO

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No es una hastiada mujer florero que intenta retener la juventud a cualquier precio. María del Carmen Hernández (Badalona, 1944) es una señora que ha trabajado toda la vida en el mercado y ha criado a tres hijos. Un día vislumbró que el bienestar de los demás dependía en gran medida del suyo. Se puso en manos de la medicina estética y, con los años, está feliz con la mujer de mirada chispeante que ha conseguido ser.

–Apuesto a que siempre fue guapa.

–De jovencita decían que tenía una retirada a Ava Gardner, que era muy exótica, algo agitanada. No sé... Siempre he trabajado de cara al público y la verdad es que nunca he salido de casa sin el toque de rímel.

–¿A qué se ha dedicado usted?

–Desde que me casé, en 1965, mi marido y yo tuvimos paradas de fruta y verdura en el mercado Segarra de Santa Coloma de Gramenet. Vendíamos al mayor y al detalle. Trabajábamos muchas horas –¡todas!–, pero me encantaba el oficio.

–Frutera y madre también.

–Así es. Tuve dos hijos muy seguidos, Cristina y Manel, y cuando la primera tenía 11 años vino Emma. Tras aquel parto me quedé gordita. Recuerdo que leí en una revista que la Clínica Vicario era pionera en las infiltraciones –unas sustancias que ayudan a degradar la grasa localizada– y para allá me fui.

–Treinta años atrás esa decisión no era frecuente.

–¡Los resultados fueron espectaculares! Perdí 25 kilos en poco tiempo. Todos los amigos de Mercabarna me lanzaban piropos. «Estás estupenda, ¿qué te has hecho?», preguntaban. No sabe la de gente que peregrinó a la clínica. Y ese fue el principio...

–... de una larga relación.

–Larga y provechosa. Pero permítame que siga con la historia...

–Faltaría más.

–A mi marido lo operaron a corazón abierto cuatro veces en dos años y murió en 1987. Tuve que coger las riendas del negocio, con treinta y pico de trabajadores, dos hijos adolescentes y la menor, de 6 años.

–Un revés de los gordos.

–No tenía un minuto para mí. Había que tirar del carro. A los 53 años, cuando todo estaba encarrilado, hice un bajón. Ponía mil excusas para no salir. Un día cogí un papel y apunté todo lo que hacía. Me di ánimos. Empecé a hacerme cositas.

–¿Qué cositas?

–Un tratamiento completo de mesoterapia para el código de barras –esas arrugas que se forman en el labio superior–, la zona frontal, las patas de gallo y la parte del cuello. Ácido hialurónico, en las arrugas más profundas. Bótox. Me arreglé los párpados, cosa que me cambió completamente la mirada... Tras el tratamiento deshock,cada nueve meses hago un control antiaging.

–¿Un calvario?

–¡Qué va! Estoy muy contenta con los retoques. Son el mejor antidepresivo. Lo noto en la manera de andar, de hablar, de relacionarme con los otros. Voy muy segura por la vida. Mi autoestima está al 100%.

–Todo a base de pinchazos.

–¡Si no te enteras! Apenas si sale algún moradito, te ponen hielo y ya está. Todo muy controlado. Antes de nada, te hacen una analítica completa para ver tu proceso oxidativo y hormonal, que envían a Bruselas; densitometrías y ecografías. Además de una dieta adecuada.

–Las que se retocan suelen ocultarlo. Incluso lo niegan.

–Pues yo no. ¡Estoy tan contenta! Me he dado cuenta de que si yo estoy bien, mi entorno está bien. Les transmito vitalidad.

–¿Se habrá vuelto adicta?

–En absoluto. Solo sigo la disciplina que me marcan. Y sé que no me sometería a nada que cambiara mi personalidad, que fuera agresivo.

–¿Para el cuerpo o para el bolsillo?

–Para el cuerpo, para el cuerpo. Porque yo el bolsillo lo tengo de tamaño estándar. En las fruterías trabaja mucha gente, hay que pagar sueldos y comprar género. Hace poco me he retirado y he pasado el testigo a mis hijos, pero antes de eso...

–Oiga, ¿y han surtido efecto los retoques?

–¿Qué quiere decir?

–¿Le ha salido algún pretendiente?

–Es que yo estoy muy cerrada en ese aspecto. A los señores que hablan conmigo los veo como amigos, pero nada más.

–Gustar, gustará.

–Me parece que les doy un poquito de respeto... De todos modos, me he acostumbrado a ser muy independiente. Todo esto lo hago por mí.