NÓMADAS Y VIAJANTES

#MarcTesperem

RAMÓN LOBO

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Cuando los periodistas que van a guerras regresan a casa, sus amigos dicen: «Anda, cuenta cómo es aquello». Pero el periodista que vuelve de una guerra regresa seco, sin palabras más allá de las comunes que ayudan a salir del paso. No hay palabras para explicar la conmoción profunda. Julio Cortázar decía que el jet lag se debe a que el alma es más lenta que los aviones. Sucede con las palabras: llegan semanas después del alma, pero ya nadie está interesado en las respuestas.

Este es un trabajo de soledades. Tipos como Marc Marginedas están siempre con un pie en el estribo y la maleta medio hecha, o medio deshecha, que nunca se sabe. También lo es de renuncias personales. Acabas de regresar de un viaje y ya estás nervioso por irte al siguiente. No hay pareja que lo resista.

Lo mejor es la gente que te regala su historia, su vida, que comparte lo que no tiene. Es un trabajo maravilloso, un privilegio con efectos secundarios. Ernest Hemingway dijo que era el mejor trabajo del mundo si sabías dejarlo a tiempo.

Ninguna guerra es igual a otra, pero existen mecanismos universales de respuesta, técnicas para descubrir las buenas historias y saber contarlas. Se llama oficio. Se adquiere con los años, los viajes, los buenos jefes y los buenos colegas. Ahora se te mide por lo que cuestas, no por lo que vales. La experiencia es un estorbo.

Los reporteros que van a las guerras tienen fama de locos, gentes engreídas, algo ególatras, de trato complicado, demasiado directos en un mundo de circunloquios y eufemismos, de cobardías. Si uno está tan loco como para ir a una guerra, lo está también para defender su trabajo, su dignidad.

Doblar una curva y hallarse en medio de un pueblo en llamas, en silencio, con las vacas tiroteadas, dejar atrás a miles de personas que huyen en dirección opuesta en la que viajas te hace sentir que has elegido el trabajo equivocado. ¿Qué diablos hago aquí? Vamos porque nos gusta. Al principio influye la aventura, después el ego, más tarde el placer de sentirte útil. Nadie cambia el mundo ni salva vidas. Solo un bloc y un bolígrafo, poca cosa en un mundo de hijos de puta. Esa es la mayor de las frustraciones: ¿para qué sirve este trabajo? Es una pregunta que se la hacen también cientos de freelance sin contrato ni seguro a 50 euros la pieza.

El fotógrafo sudafricano Greg Marinovich cuenta en el libro El Club del Bang Bang (Grijalbo) que un día fue testigo de un ataque de los zulús del Partido Inkata contra el ANC de Nelson Mandela. Eran tiempos del apartheid. La policía del régimen racista dirigía el asalto de sus aliados. La versión oficial era la contraria: culpaba al ANC. La foto de Marinovich desmontó la propaganda. Ese día, escribe, descubrió qué significaba ser periodista. Es lo que hace Marc y tantos otros: estar ahí, contarlo.

La irrupción de internet, la crisis económica, la caída de la publicidad ha generado una tormenta perfecta. Los grandes periódicos tienen serias dificultades con sus ediciones impresas. Los lectores confían en informaciones que fluyen por internet sin demasiado rigor; se han acostumbrado a no pagar por lo que es caro.

En la red hay de todo, como en el quiosco: joyas, basura, mentiras. El periodista profesional, entrenado y sometido a un código ético por su medio, es necesario para expurgar entre un mar de confusión e irrelevancia. El trabajo es jerarquizar lo importante, ahorrar tiempo al lector, darle un contexto, comprobar los datos, ser honesto e independiente. Para cobrar por los contenidos, la calidad de los trabajos tiene que ser superior a todo lo que es gratis. El trabajo del lector es valorar el esfuerzo y el compromiso de cada medio, de cada periodista.

Información fiable

Ir a una guerra es carísimo. No solo es el viaje, el pago del conductor y de un fixer (una especie de productor) que ayuda a contactar con personas de confianza. Una guerra es cara porque se gasta mucho en sobrevivir. Cada línea que envía un corresponsal no es rentable desde el punto de vista económico, pero es esencial para que el periodismo pueda escribirse con mayúscula, ser útil a la sociedad.

Ese periodismo de profundidad es el que molesta a los poderes, sean democráticos, dictatoriales o guerrilleros en Siria. Ese periodismo insobornable es la garantía para una ciudadanía que necesita información fiable para tomar sus decisiones. Escoger la ceguera, el prefiero no saber, puede salvar conciencias, pero no disimula responsabilidades.

Mirar a otro lado nos convierte en cómplices de las injusticias, de los asesinos. Tipos como Marc Marginedas son esenciales: nos hacen mejores personas. #MarcTesperem.