Las responsabilidades en la política

Un marco más general para esto

Los partidos abandonan su papel, no concretan proyectos y hacen seguidismo de los movimientos

MANUEL CRUZ

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Lo que viene ocurriendo en Catalunya de un tiempo a esta parte no puede ser comprendido de manera adecuada sin ponerlo en relación con procesos y tendencias que desbordan el marco estrictamente catalán. No estoy pensando ahora en la crisis y en el hecho, de sobras acreditado, de que la profundización de la deriva independentista cumple objetivamente la función de expulsar de la agenda política el debate sobre las políticas públicas emprendidas por el Govern catalán.

(Es evidente que el mecanismo de desviar a Madrid sistemáticamente cuantos recortes, desmantelamientos de servicios públicos y privatizaciones puedan llevarse a cabo ha calado de tal manera en la ciudadanía que a nadie parece importarle la contradicción flagrante que supone que en este momento los portavoces del Govern y de los partidos que lo sustentan repitan que la única manera de salir de la crisis es proclamando la independencia cuanto antes y, al mismo tiempo, sugieran que deberíamos esperar a empezar a salir de la crisis -se supone que hacia el 2016- para proclamarla).

Me interesa ahora llamar la atención sobre una cuestión más general y de diferente naturaleza, referida a lo que ocurre cuando las fuerzas políticas renuncian a su función de proponer objetivos y estrategias y se abandonan al seguidismo más desatado de organizaciones sociales, asambleas y movimientos varios. Dicho abandono es probablemente el último episodio hasta el momento del deterioro de la política y los políticos del que tanto se viene hablando desde hace unos años.

Las situaciones que se producen últimamente, con los partidos «dejando en libertad» a sus militantes y cuadros para asistir a un determinado acto político, barruntando la posibilidad de hacer un prerreferendo dentro de la propia organización para decidir qué propuesta se le plantea a la sociedad, o el involuntario chiste de una corriente socialista que en un documento reciente declaraba estar a favor de que Catalunya fuera un Estado «independiente o no» (cuando es precisamente la resolución de esa disyuntiva la que está en juego), ¿cómo deben ser interpretadas? ¿En el sentido de que tanto les da una cosa como otra, o en el de que no terminan de tener muy clara la mejor opción? ¿También, llegado el momento de un hipotético referendo/consulta, estas fuerzas y corrientes dejarían a sus partidarios en libertad para votar lo que quisieran? Pero entonces, ¿qué función cumple exactamente una fuerza política?

Recuerdo haberle escuchado en una entrevista televisiva a Artur Mas, cuando por fin era el candidato a la presidencia de la Generalitat al que todas las encuestas señalaban como ganador, una afirmación que ya entonces me llamó la atención. Preguntado por el horizonte máximo de sus reivindicaciones políticas para Catalunya (concierto económico, profundización del autogobierno, independencia...), su respuesta resultó premonitoria de todo lo que iba a pasar después. «No seré yo quien ponga límites a las aspiraciones del pueblo catalán», afirmó rotundo.

Tal vez esa respuesta -muy probablemente sugerida por sus asesores de comunicación- estaba anunciando alguna de sus más trascendentales decisiones posteriores. Sobre el trasfondo de ella, se hace evidente lo insuficiente de la generalizada interpretación de que su decisión de cabalgar sobre la ola soberanista tras la Diada del 2012 fue un simple error de cálculo o apreciación. Por el contrario, desde esta perspectiva vendría a representar la estricta aplicación de esa manera de interpretar la actividad política que comentábamos antes y que parece haberse generalizado (no es solo por Catalunya por donde se ha propagado este virus), manera según la cual los partidos habrían abandonado su pretensión tradicional de intentar convencer a la ciudadanía de la bondad de determinadas propuestas a largo plazo para el futuro de la comunidad, y habrían asumido una condición subalterna, casi auxiliar, de otras instancias.

En este nuevo planteamiento el eufemismo «ponerse al servicio de la sociedad» estaría no solo escondiendo la incapacidad para delinear horizontes de futuro de una mínima consistencia ideológica, sino, tal vez sobre todo, intentando legitimar una alarmante volatilidad programática.

He aquí el escenario en el que nuestros responsables políticos parecen encontrarse extremadamente cómodos: si ni siquiera hay contrato electoral que tengan que cumplir (y por cuyo eventual incumplimiento responder) porque nada específico prometieron más allá del mero estar atentos al sentir de la ciudadanía, nada hay de lo que se les pueda acusar. A este paso, si la independencia no prospera, nuestros políticos soberanistas acabarán echándole la culpa a la ANC por reclamar lo que no tocaba.