El mar de nuestros veranos

Quienes rescatan a los desesperados que huyen de las guerras son oenegés que intentan demostrar que en la UE queda algo de dignidad

RAFAEL VILASANJUAN

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Con el Mediterráneo en calma contrasta el bullicio veraniego de sus playas con la tragedia silenciosa de quienes intentan cruzarlo y ponerse a salvo ¿A quién le debemos la idea de retornar a Turquía los refugiados que habían alcanzado LesbosEuropa ha conseguido el objetivo de que vengan menos. Con las fronteras selladas entre Grecia y Alemania, el éxodo de quienes huyen de la guerra ha descendido en número, pero no en muertes. El drama de quienes intentan huir de la guerra no cesa porque se cierre la franja de mar mas estrecha, la ruta mas corta, la menos peligrosa. Su angustia solo se traslada. Ahora salen de la costa en Libia para afrontar muchas mas horas de travesía, días incluso, hasta llegar a Italia. El trayecto se ha hecho mas caro, mas largo y como consecuencia aunque las personas que intentan la aventura se ha rebajado a un tercio, en lo que llevamos de año el Mediterráneo ya ha engullido mas de 3.000 vidas, casi el doble que todo el año anterior.

Siguen viniendo de las ruinas de países destrozados, la mayoría después de haber abandonado toda esperanza de seguridad en un futuro. En algunas de sus ciudades, como Alepo o Idlib, en Sirialas bombas de la aviación rusa y del ejército sirio siguen cayendo diariamente, un enemigo invencible que ataca desde el cielo; en otras como Mogadiscio en Somalia o Mosul, en Irak, el Estado islámico no ha dejado rastro de arquitectura urbana, ni recuerdo de un pasado mas o menos glorioso. Sus mejores edificios han quedado reducidos a esqueletos de cemento. Monumentos a la violencia ciega e infinita. Escombros entre los que a veces, como si la ironía tuviera espacio en medio de la barbarie, solo queda en pié el marco de una puerta. La puerta de salida.

TRABAJO, CASA, COMIDA, ESCUELA...

Si hoy nuestras ciudades fueran bombardeadas, me pregunto adónde iríamos. Lo normal es que huyan. Atravesar el Mediterráneo es su única posibilidad y el riesgo a que el trayecto acabe en el fondo del mar es menor que el temor diario a perder la vida. Al otro lado está la costa. Nuestra responsabilidad sería abrirles el destino como una avenida, en vez de forzarles al regreso y devolverles a unas aguas convertidas en un inmenso cementerio sin cipreses ni tumbas. Están llamando a la puerta madres con hijos, niños solos, padres que luchan por recuperar lo que la guerra les ha quitado: un trabajo, una casa, comida, una escuela ¿Qué parte no entendemos?

Europa, ensimismada en su propia crisis económica, de objetivos y valores ha decidido que los refugiados y la inmigración son su principal amenaza. No deja de ser otra mentira igual a la que se utilizó en Gran Bretaña para salir de la UE. Por eso se habla de una invasión, por eso se cierran fronteras cuyas consecuencias están destrozando el espacio de libre circulación entre personas y países, por eso aumentan vallas y alambradas. Todo, hasta el Brexit, es culpa de los que nos invaden. De ahí que la UE haya dejado de considerar su llegada como una crisis humanitaria y en su lugar despliegue una estrategia de contención. A nuestros gobiernos no les importa de qué huyen, solo que no salgan, o mejor dicho que no lleguen, aunque en ello les vaya la vida. Con nuestro dinero envían barcos a las costas africanas para cerrar el tránsito, pero quienes tienen que acabar rescatando vidas en aguas profundas son organizaciones sociales que con muchos menos recursos intentan demostrar que todavía queda en Europa algo mas de dignidad de la que muestran nuestros políticos.

Convertido en una prueba de vida para ellos, el Mediterráneo se ha vuelto desconocido. Transformar en un inmenso sarcófago el mismo mar de todos nuestros veranos no solo no es humano, nos hace también cómplices de la barbarie.