Pequeño observatorio

El mar no es el culpable

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Yo no me he embarcado nunca para hacer turismo, pero sí tengo amigos que han hecho un crucero y me cuentan maravillas. Me explican que en aquellos enormes barcos se pueden hacer muchas actividades, que es un mundo de atractivos y de sorpresas que navega. No lo dudo. Y el éxito es evidente, como lo demuestra la multiplicación de propuestas que se encuentran en todos los periódicos.

Barcos cada vez más grandes, que podemos considerar como ciudades. Donde es posible -es un hecho real- que en el momento de desembarcar para volver a casa, una pareja se encuentre, bajando la escalera, que también lo hacen los vecinos de su rellano. No les habían visto en toda la semana de navegación.

En el mismo diario donde contemplo el impresionante imagen de unos cruceros, encuentro, cuatro páginas más allá, la fotografía de cientos de subsaharianos que se amontonan en una playa. Han llegado. Pero no tienen ánimos para llorar ni para sonreír. Simplemente, están vivos. Leo este titular en EL PERIÓDICO: 'Desaparecidos 400 inmigrantes en otro naufragio cerca de Italia'Presumiblemente muertos. Y entre ellos, muchos jóvenes. Otra embarcación que llevaba 550 inmigrantes volcó unas 24 horas después de haber zarpado de la costa de Libia. Etcétera.

Los 'programadores' de estas calamidades, a menudo mortales, han llevado a unos resultados trágicos y masivos las relaciones entre las dos emes: la de mar y la de muerte. El mar, hasta hace poco, era el escenario de una aventura en general domesticada.

Baudelaire escribió en verso muy bonito: «Hombre libre, tú siempre amarás el mar». Y continúa: «El mar es tu espejo, y en la sucesión infinita de las olas se refleja tu espíritu».

Y ahora el mar, por tantos miles de personas desvalidas, el mar ya no puede ser un espejo, sino que es una trampa cruel. Una trampa que no te ha puesto el agua, sino los que te han cobrado para llevarte al fracaso o a la muerte.