Pequeño observador

La máquina sobrevive al ordenador

Mi Olivetti ha envejecido a mi lado mientras manteníamos una larga amistad no electrónica

Josep Maria Espinàs, ayer, sentado frente a su máquina de escribir.

Josep Maria Espinàs, ayer, sentado frente a su máquina de escribir.

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Hace pocos días me ha llamado una persona muy amable para pedirme que me solidarice con el referéndum por la independencia. No he tenido tiempo de decirle sí, ni para hacer ningún comentario.Todo ha terminado cuando le he hecho saber que no dispongo de ninguna dirección electrónica. Inmediatamente me he dado cuenta de que la persona que me telefoneaba había quedado desconcertada. Le costó unos segundos entender que no tengo ese tipo de dirección. Él iba al grano y no habría sido lógico que se entretuviera a hablar con este ciudadano tan anticuado. Incluso yo mismo me pregunto si realmente existo.

Naturalmente, si yo fuera una persona normal no tendría esta tara, utilizaría un ordenador y puede que incluso me haría adicto. Porque con un ordenador se pueden hacer muchas más cosas que escribir. Lo que pasa es que todas estas otras cosas no las necesito en mi trabajo o en mi vida habitual. Tengo la suerte de que el marido de mi editora y un hijo suyo recogen mis artículos mecanografiados para traducirlos al lenguaje informático, o como se tenga que decir.

Y ahora pienso en los escritores de otros tiempos, que tenían a su cargo la redacción y la certificación de los actos públicos. Era el tiempo en que la mayoría de la gente no sabía escribir. Si no me equivoco, así nacieron los notarios, que daban fe, por escrito, de hechos importantes y diversos.

Los mecanógrafos –también los no profesionales– debemos estar agradecidos a un impresor norteamericano, Christopher Sholes, que en 1867 construyó la primera máquina de escribir. Es curioso que aquel modelo progresara gracias al interés de la casa Remington, que entonces era una constructora de armas.

Mi Olivetti ha ido envejeciendo a mi lado y lo más razonable es pensar que me sobrevivirá. Después de haber mantenido una larga amistad no electrónica.