DOS MIRADAS

El mantel de los domingos

El fútbol no debía nada al Girona, porque estas cosas no existen. Vamos a tener que esperar otros manteles y otros domingos

Decepción en Montilivi y el alivio de unos besos para los derrotados

Decepción en Montilivi y el alivio de unos besos para los derrotados / periodico

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Dos niños, de pantalón corto y con chubasquero, se fotografían con su padre, que lleva gabardina, bajo el marcador simultáneo Dardo en el viejo campo de Vista Alegre. Estamos en 1969, un año antes de que el Girona se traslade al nuevo estadio de Montilivi. En Camisas Ike empatan a dos y el Reloj Radiant señala que el visitante gana por un gol en la segunda parte. La foto es de Salvador Crescenti, un asiduo del Girona, a quien el padre conoce. Le pide que inmortalice el momento, algo así como el adiós a ese terreno de juego que vio nacer al club en 1930. Próceres gerundenses, entre ellos el republicano Albert de Quintana, pidieron entonces "reverdejar al conjur d’una esperança novella", en ese lenguaje tan heroico y tan de los años treinta. En 1936, el Girona estuvo a punto de subir a lo más alto, pero no fue posible. Después vino lo que vino y, excepto en contadas ocasiones, deambuló por las regionales, las preferentes y las terceras.

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Pero volvamos a los niños y al padre. Asistieron, el 14 de agosto de 1970, al primer partido en Montilivi (contra el Barça) y luego pasaron ahí muchas tardes, entre caramelos Darlin, Mirindas y marcadores Dardo. Esos niños, se hicieron mayores y tuvieron hijos y cuarenta y siete años después, ya sin Darlin ni Mirinda ni Dardo, ya sin el padre, se plantaron en el campo para poder recitar unos versos que compuso Umberto Saba, que no sabía nada de fútbol, por cierto. "La vostra gloria, undici ragazzi, / come un fiume d’amore orna Trieste". Deseaban que ese río de amor decorara un día otoñal, frío y lluvioso de junio que acabó con un cielo nítido y una luna casi insultante.

UNO DE ESOS NIÑOS SOY YO

Antes de entrar al estadio, mi hijo se acerca y se despide de mi. Yo vivo en el Gol Norte y él en el Sur. Me dice "nos vemos luego en Primera, padre". Y él no lo sabe, pero entonces se aparece otro padre, el mío, y los días que íbamos juntos al fútbol, y mi tío Félix, que jugó en el primer equipo del Girona de 1930, y mis primos, y todos los que ya no están, como Jaume Curbet, historiador del club, y el fotógrafo Crescenti, que no fallaba nunca. Se aparecen -es la presencia consoladora de los muertos- y se juntan para que todos hagamos memoria de lo que fue, lo que pudo ser y lo que será el Girona.

Al final del encuentro, veo a mi hijo con los ojos envidriados. Hace un año lloró, abatido en la grada solitaria, y hoy creo que ha vuelto a hacerlo, aunque él seguro que lo niega. No sé qué decirle. No puedo darle ánimos con el runrún que oigo tras esta derrota triste y otoñal: "L’any que ve!". No quiere oír nada. Está esperando que salgan los jugadores para aplaudirles. Les podría recitar lo de Saba: como un río de amor.

LA JUSTICIA POÉTICA

El fútbol no debía nada al Girona, porque estas cosas no existen. Pero sí existe la justicia poética, que es algo así como la reconstrucción ideal de lo que un día soñamos. Pablo Machín, que es de Soria, hijo machadiano "de una estirpe de rudos caminantes", dijo que ganar consistía en "poner el mantel de los domingos". Eso es la justicia poética. Vamos a tener que esperar otros manteles y otros domingos. Quizás llegue un día, justo antes de otra final, en que mi hijo también vea entrar en Montilivi a todos sus muertos, los míos y los suyos. Y entonces puede que vuelva a llover sobre ellos. Sobre el fútbol como memoria