La rueda

Se manipula hasta a Adolfo Suárez

CARLOS ELORDI

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Entre los claros intentos de apropiación partidista del personaje, las tergiversaciones históricas sin cuento, las transmisiones televisivas injustificadamente interminables y tanto loor forzado, es imposible discernir qué sentimientos reales ha provocado entre los españoles la muerte de Adolfo Suárez. Los comentaristas de cámara no han dudado en afirmar que la reacción popular ha sido honda, sentida y amplísima. Pero esas cosas no son tan fáciles de asegurar con premura.

No cabe duda de que la mayoría de la gente ha seguido los acontecimientos. No tenía otra. Es también muy posible que muchos los hayan vivido en actitud de duelo, que eso no es difícil en un país de tanta raigambre católica. Pero de ahí a un sentimiento generalizado de identificación con el personaje media un trecho demasiado largo. Entre otras cosas, porque los poderes políticos habían decretado hace más de 20 años no solo el olvido de Suárez, sino también el de su contribución decisiva a la reforma democrática, que el discurso oficial había convertido, sin más, en patrimonio prácticamente exclusivo del Rey.

Borrar de golpe esa postergación es imposible. Lo cual no impide que para mucha gente la imagen de Suárez tenga un halo de arrojo y de contestación al establecimiento, a los poderes fácticos, y que eso le acerque al hombre, en contraste con el desprecio creciente hacia los políticos que hoy se registra en España. Por eso al PP le puede salir mal su descarada maniobra de apropiación del legado de Suárez. Porque él no era de ellos y eso no se lo van a quitar fácilmente de la cabeza a la gente.

¿Qué piensan de Suárez, por ejemplo, los cientos de miles de ciudadanos que el sábado marcharon por las calles de Madrid y los millones que están de acuerdo con ellos? Se diría que a él no le odian y que a los otros sí.