Malos y buenos

Albert Rivera saluda a Pablo Iglesias, ante Pedro Sánchez.

Albert Rivera saluda a Pablo Iglesias, ante Pedro Sánchez.

ALBERT SÁEZ

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Los humanos necesitamos zonas de confort en las que eliminar la incertidumbre que nos rodea. La crisis ha dejado a algunos sin muchos de los asideros que tenían para estabilizar sus vaivenes emocionales: la subida permanente del salario, la constante revalorización de las viviendas, el dinero prestado a bajo interés para consumir, la idea de un progreso material constante e indefinido nos envolvieron también en una burbuja emocional. Y en muchos aspectos nos nubló la vista hasta hacernos excesivamente tolerantes con el enriquecimiento rápido, con el abandono de la meritocracia para seleccionar al personal político o empresarial y en general con el aumento exponencial del cinismo como moral dominante en las escuelas de negocios pero también en las estructuras profesionales. La crisis hecho añicos la ensoñación y nos ha puesto delante un espejo descarnado en el que todo aquello que habíamos consentido se ha convertido en insoportable. La incorporación de Felipe González a un consejo de administración fue a penas un breve. La contratación de Trinidad Jiménez en Telefónica ha abierto portadas, no por ser más o menos escandalosa sino porque el nivel de tolerancia ha bajado. La pajarita no merece igual consideración en el cuello de Iglesias que en el de Rivera.

Ruido

Este rearme moral de la sociedad está tomando un cariz preocupante por ser excesivamente simplista y maniqueo. La moral actualmente imperante divide la sociedad en buenos y malos de manera bastante inconexa con el comportamiento individual. Los diputados del PP vaciaron todos sus prejuicios hacia un diputado con rastas de Podemos. Algunos independentistas consideran que nada bueno puede salir de la mente de quienes no piensan como ellos. Y sus adversarios dan por hecho que es imposible ser honrado y soberanista catalán. Las multinacionales son siempre malas y los titiriteros son siempre buenos. La reacción es perfectamente comprensible si atendemos al ruido informativo que nos rodea. La suma de una expolítica y una multinacional no puede dar otra suma que un mangoneo. Los malos y los buenos son fáciles de distinguir siempre que no seamos nosotros.