Editoriales

Malnutrición infantil, 'esplais' y crisis

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N o hace falta recordar las estadísticas de Unicef, que calcula en unos 400.000 los niños catalanes que viven por debajo del umbral de pobreza, para saber que este es un problema  grave de nuestra sociedad. Si la crisis actual se está cebando, como siempre a lo largo de la historia, en los más débiles, los menores son los débiles entre los débiles, no solo porque tienen mucha menos capacidad de resistencia que los adultos frente a la adversidad, sino porque las dificultades que sufran en los años críticos de su formación les marcarán de por vida, a veces  de forma dramática. Por eso hay que darles atención  prioritaria. Y por eso deben ser especialmente bienvenidas iniciativas como las de unas decenas de municipios catalanes que este mes de agosto incluyen un almuerzo en las actividades veraniegas que organizan en esplais y centros de ocio para los menores en riesgo de exclusión social. Estos planes para paliar la malnutrición infantil confirman por enésima vez que la Administración local se ve obligada a afrontar, por su proximidad a los ciudadanos y pese a la escasez de recursos, problemas sociales de primer orden en los que deberían intervenir con rapidez y eficacia instancias superiores. Los ayuntamientos son la cenicienta del poder público en España, pero su capacidad de respuesta sigue siendo determinante en casos como este. Como igualmente encomiable es la labor de las oenegés que siguen al pie del cañón en agosto al lado de los más desfavorecidos.

Son justamente estos grupos altruistas los que han propuesto que estos planes veraniegos contra la mulnutrición infantil se desarrollen en esplais y no en las escuelas, como sí sucedió el año pasado. Argumentan, seguramente con razón, que así los menores tienen una sensación de vacaciones que no tendrían si siguieran acudiendo al centro escolar como el resto del año. Pero este criterio no puede servir para tranquilizar conciencias y dar por normalizado socialmente el problema: hay que celebrar que los niños de familias necesitadas vayan a tener este agosto un entorno mejor, pero esta asistencia básica no puede ser vista como algo natural  derivado de un hecho inevitable ante el que hay resignarse. Este y otros  daños que sufre el tejido social son fruto de un reparto muy desigual e injusto de las cargas de la crisis. No hay que olvidarlo, sino combatirlo.