Análisis

Maldito 'brexit'

¿Han estado alguna vez realmente a bordo del barco comunitario los británicos? La respuesta es que no

IAN GIBSON

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No lo puedo impedir: cada vez que me toca en el cambio una pieza de metal cuyo reverso ostenta el nombre celta de mi pequeño país de origen, Éire, acompañado del símbolo patrio del arpa, la contemplo con honda satisfacción. Luego veo la otra cara con su mapa de la Unión y la satisfacción crece. Y ello porque la moneda europea, con su afirmación a la vez nacional y supranacional, es el recordatorio cotidiano más tangible que tenemos de la heroica aventura -superadora de viejos separatismos y malentendidos, rivalidades y torpezas, responsables de millones y millones de víctimas- que ha supuesto la creación de la Unión. ¡Qué estupendo poder utilizar la misma moneda en cualquier rincón suyo! ¡Qué ilusión sentirse plenamente, a la vez, español y europeo!

Los irlandeses se adhirieron en seguida a la empresa, a diferencia de los británicos, con un entusiasmo que no creo haya disminuido con el tiempo. Ahora resulta que los vecinos de la isla colindante, mucho más populosa, han decidido -no por mayoría abrumadora, es cierto- que no quieren seguir en el barco comunitario. Pero uno se pregunta: ¿han estado alguna vez realmente a bordo? Creo que la respuesta es no, que nunca han querido participar de verdad en la construcción de la Europa sin fronteras. La prueba más contundente de ello ha sido, precisamente, su terca negativa a abandonar la libra esterlina.

Un reto no aceptado

Quizá, en el fondo, los británicos todavía son incapaces de interiorizar la dura circunstancia de que el Imperio ya se fue para no volver. Quizá, en el fondo, no han podido superar su nostalgia al respecto. Europa les daba la oportunidad de otra gran iniciativa creativa, de poner al servicio del Viejo Continente el savoir faire democrático acumulado a lo largo de siglos, incluso la seguridad de poder ejercer dentro del nuevo orden una influencia preponderante. Pero no aceptaron el reto, pese a ser el inglés, por su extraordinaria mezcla de componentes latinos y germanos, expresión él mismo de la diversidad europea (y estupendo trampolín desde el cual lanzarse al aprendizaje de otras lenguas).

El referéndum vinculante ha sido tradicionalmente rechazado en Gran Bretaña como vehículo adecuado para la toma de grandes decisiones, con el argumento de que son los diputados elegidos por el pueblo quienes tienen dicha responsabilidad. En el caso actual la utilización del referéndum ha sido, me parece obvio, un desastre total. Me siento dolido en lo más profundo por la falta de solidaridad que demuestra el resultado con el proyecto fundacional europeo. Cojo una moneda británica con su imagen de Isabel II, ya casi tan longeva como Victoria, y compruebo que, Deo gratia, una de sus atribuciones es ser Defensora de la Fe (anglicana, por supuesto). ¡Esto sí que es conservadurismo! La renovación que necesita urgentemente el Reino Unido podía haberse efectuado en el contexto europeo, pero ha optado por conseguir su independencia. ¿Allá él? Sí, pero la decisión nos va a hacer daño a todos.