Palabrería
La mala sangre
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con una quincena de libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona'. Entre las últimas publicaciones, 'Nadar con atunes y otras aventuras gastronómicas que no siempre salen bien' y 'San Elvis, ruega por nosotros. Crónicas de un tiempo irreverente'
PAU ARENÓS
Bisturí. Una tarde de fin de verano en la Barceloneta, con el 'skyline' de la ciudad diluyéndose en el Mediterráneo. Junto a nosotros, un grupo de argentinas, tal vez uruguayas. Mezcla de edades: es difícil acertar porque el bisturí ha modificado el natural paso de los años. Dos se han operado los pechos. Son las que hacen 'top less'. Una dice, lo grita casi: “Desde que los tengo me siento más segura”.
Violencia. Conversan en voz alta, haciendo partícipes a todos –los que 'lagarteamos' al sol– de las intimidades. Una tuvo un novio violento, de una violencia no explícita. Violento en silencio, violento con buenas maneras. Nunca –lo dejó claro– le alzó la voz. Muchas personas la advirtieron sobre él, aunque ella siguió ciega, sorda, muda. Lo dejó cuando supo qué le había hecho a su mejor amiga.
Latero. El grupo flota entre humos, risas y alguna tristeza. Una de las operadas habla de su hijo –la mujer tendrá unos 40– y de la distancia. Anoche bailaron hasta tarde y planean una nueva salida. Un par comparte piso y ofrece, para después y como cena sin protocolo, pizza de supermercado y cervezas. Han bebido algunas latas, compradas a un indio o pakistaní sesentón. Aquellas bebidas deben tener la temperatura de la sopa. Han regateado el precio: el hombre las ha dejado muy baratas porque eran las últimas. Después se ha tumbado en la arena completamente vestido. Mirarlo da calor: él sestea. Como otros lateros, lleva muchos kilómetros recorridos sobre las olas de arena. No hay minuto sin que alguien ofrezca algo: masajes, fulares, gafas. La gente compra, la gente se deja masajear, y todos ellos saben, o deberían saber, que adquieren bienes dudosos, mercancía tramposa.
Anfitrión. “Me gusta trabajar, pero lo que encuentro no me gusta”. La que suelta la frase alquila habitaciones, siendo ella misma alquilada. Ofrece su vivienda en una web que habla de economía colaborativa y de anfitriones. Negocio a secas almibarado con la nueva palabrería. Si piden dinero dejan de ser anfitriones para pasar a caseros u hoteleros de la cutrez. Le preguntan cuánto cobra: “Esta noche tengo a una pareja: 45 euros. Y anoche un chico, al que le cobré 25”. Hace la competencia hasta a las pensiones más modestas. No paga impuestos, no está sometida a la ley, no sigue las normas de seguridad de la hotelería. Pertenece a la internacional de huéspedes que disimula la crudeza del intercambio económico con bonitas webs y dulces argumentos.
Sangre. Aquella chica se separó del novio al descubrir la jugarreta. Su mejor amiga moría: necesitaba con urgencia transfusiones de sangre. El grupo sanguíneo era muy raro. Buscaron donantes en todas las arterias: familia, amigos, conocidos. Fue salvada in extremis. Pasó el tiempo y el novio le dijo sin inmutarse, sin violencia, sin alzar la voz: “¿Sabes que mi grupo sanguíneo es el mismo que el de ella?”. Había callado. Había orillado el dolor. No quiso ayudarla. No le habría importado su muerte. La chica comprendió que no podía seguir ciega, sorda, muda. La mala sangre de aquel tipo casi estuvo a punto de matar a su amiga.
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