DOS MIRADAS

Mala hierba

Los golpes del terrorismo islámico caen sobre la piel lacerada de territorios que acumulan agravios y silencios

EMMA RIVEROLA

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Leemos con horror las barbaridades cometidas en el califato islámico de Siria Irak o por el grupo yihadista Boko Haram en Nigeria. Matanzas, secuestros masivos de niñas, sometimiento brutal de la población conquistada… La lista de atrocidades es interminable. Pero los golpes del terrorismo islámico no son los primeros azotes que recibe la población.  Caen sobre la piel lacerada  de territorios que acumulan agravios y silencios. Durante décadas, la mal llamada comunidad internacional -ese magma indefinido de intereses que tan poco se preocupa del bien común- dejó  agonizar a poblaciones enteras a cambio de pactar con sus gobiernos corruptos la explotación de recursos naturales o el control de sus posiciones estratégicas. Ni la contaminación de muchos territorios, ni las hambrunas, ni el terror que los gobiernos ejercían sobre aquellos que intentaban rebelarse eran tenidos en cuenta en el momento de las negociaciones. Eran simples residuos de las operaciones.

Ahora, sobre esas tierras de ceniza se cierne un mal más descarnado. Mientras el eco del dolor anterior nos llegaba con sordina, ahora oímos claramente las voces de las víctimas de la brutalidad. Quizá porque el horror del yihadismo es más evidente. Quizá también porque podemos señalar a unos culpables sin sentirnos implicados, al menos directamente. Aunque todos sabemos que en las tierras abandonadas fructifican las semillas de las malas hierbas.