Magia, rigorismo o reconciliación

Solo Iceta y Domènech predican con auténtica insistencia la reconciliación. Es sintomático que esta idea no haya tenido más eco en la campaña electoral, lo que da la verdadera y alarmante medida de la grieta social catalana

Los candidatos que participaron en el debate de TV-3, en el plató.

Los candidatos que participaron en el debate de TV-3, en el plató. / periodico

Luis Mauri

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Quebrada socialmente y amenazada económicamente. Así llega Catalunya a las urnas, más dividida, estresada y malhumorada de lo que nunca había estado en muchas décadas.

Los partidos han echado el cierre a la campaña electoral atrincherados en dos bloques impermeables. Espalda contra espalda. Testuz contra testuz, si lo prefieren. Ensimismamiento argumental y oídos sordos. Las ideas no circulan. En las guerras de religión, la racionalidad cotiza a la baja. Solo las consignas ciegas fluyen en bucle para alimento de las feligresías respectivas.

El bloque independentista inventa una realidad mágica en la que Catalunya ha sufrido un golpe de estado, la democracia ha sido suprimida, las cárceles albergan presos políticos y las fondas belgas, exiliados. Este ha sido el mantra sagrado de la campaña secesionista. Como todos los mantras, se fundamenta en la repetición litúrgica. Pero no por mucho repetirlo se erige en verdad. Ni Amnistía Internacional ni los presos de la dictadura franquista han comprado la fábula. Del 1-O tampoco se deduce ningún mandato democrático. Ni siquiera los observadores internacionales invitados por los independentistas le reconocieron validez.

Querencia autoritaria

El Gobierno de Rajoy tiene querencia autoritaria. La ley mordaza y la represión policial del 1-O, dos acciones regresivas e injustificables, lo demuestran. Lo mismo puede decirse de la decisión judicial de imponer prisión preventiva incondicional a Junqueras, Forn y los Jordis. Pero ni la UE ni ningún baremo internacional independiente pone en tela de juicio las bases de la democracia española, cuyo principal cáncer es la corrupción endémica. Un cáncer que no entiende de hechos diferenciales y que halla cobijo tras el espeso flamear de banderas del conflicto catalán.

Enfrente, en el bloque constitucional resuenan con fuerza tambores de escarmiento y loas al rigorismo legal a ultranza.

Solo el socialista Iceta, entre los constitucionalistas, y el no alineado Domènech predican con auténtica insistencia, ¿en el desierto?, la reconciliación. Es sintomático que esta idea no haya tenido más eco en la campaña. Esto da la verdadera y alarmante medida de la grieta social.