El hundimiento
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Bastó con que el Barça fuera fiel a si mismo para desnudar sádicamente al Real Madrid entero, desde el césped hasta el palco. Bastó con que Luis Enrique planteara su mejor partido, con una apuesta radical y valiente por el centrocampismo de toda la vida, con Iniesta y su inventado Sergi Roberto a la cabeza, para que el madridismo empiece a preguntarse por fin, estirado en estado de shock en el diván, qué es lo que le sucede realmente desde hace más de dos décadas.
Y lo que sucede se resume en nueve palabras: el Barça tiene un plan y el Madrid no. O dicho de otro modo, el Barça se ha construido desde la llegada de su profeta Cruyff, en torno a una idea que han ido evolucionando Rijkaard, Guardiola y ahora Luis Enrique, pero una idea que como se vio en el Bernabéu, se aleja mucho menos del original de lo que algunos pretenden. El Madrid, mientras tanto, lleva más de una década dando palos de ciego, vagando en el espacio interestelar de su presidente, que se ha puesto a hacer de director técnico y hasta de entrenador por persona interpuesta, sin que por supuesto se vislumbre ninguna idea de cómo confeccionar una plantilla, fichar jugadores ni mucho menos de elaborar un ideario futbolístico.
El desconcierto cósmico por el que transita el Madrid es exactamente el punto en el que se encuentra su presidente. Pero prepárense, porque asistiremos ahora a todo tipo de funambulismos oficialistas que tratarán de hacernos creer que la culpa es de este o aquel jugador, de este o aquel entrenador, siempre obviando el último responsable, siempre protegiéndole, dispuestos incluso a inmolar antes a CR7 que a tocarle un pelo al ser superior.
ACALLAR LOS PITOS
Las maniobras protectoras empezaron durante el mismo partido cuando, ante el asombro de los espectadores, se reducieron casi a la nada los planos de un palco donde había el mismísimo presidente del Gobierno, la presidenta de la Comunidad y el ministro de Exteriores, a parte de los dos presidentes y una retahíla de autoridades y personajes notables, como corresponde a un palco convertido en símbolo de una España que vaya usted a saber si se empezó a derrumbar desde abajo, desde el césped, es decir, desde el fútbol. La estridente ausencia de imágenes del palco del Santiago Bernabéu, unido a este himno puesto al final para acallar los gritos de dimisión, son los últimos estertores de un régimen que, sin proyecto ni ningún plan, empieza a caer por su propio peso. Este cierre de filas madridista, urgido por el poder desde el mismo sábado, deja una lección, también para este entorno azulgrana hipersensible a las críticas.
Resulta que la pretendida unidad madridista, que esconde un miedo atávico a la reprobación, al final solo produce derrotas y desengaños. Y la tan criticada autocrítica azulgrana, que Mascherano confundía con la autodestrucción, ha llevado el Barça a ser en realidad un club mucho más exigente, es decir, mucho mejor. Lo que es seguro es que ha empezado el hundimiento del palco del Bernabéu. A ver quién está dispuesto a contarlo.
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