El segundo sexo

Madre de hija

Un feminismo adquirido no evitó que incubara algo contradictorio: quería tener niños, pero no niñas

NAJAT EL HACHMI

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Que yo recuerde, siempre he querido tener hijos. No dicho así, con la contundencia de la expresión de deseo en primera persona, pero desde pequeña siempre tuve una tendencia natural hacia los bebés y niños pequeños. El hecho de crecer rodeada de criaturas y madres y que incluso hubiera presenciado, aunque en segundo término, varios partos que se produjeron en casa, debería predisponerme hacia los sentimientos maternales, pero no son pocos los casos de mujeres a las que les pasa exactamente lo contrario. Cuando han vivido en exceso la presencia de hermanos pequeños, primos y mujeres preñadas o haciendo solo de madre en la infancia desarrollan un tipo de aversión hacia todo el mundo de la maternidad.

Conozco casos de mujeres que incluso acabaron decidiendo no tener hijos como consecuencia directa de esta saturación. Yo no, yo me acuerdo lavando pañales a una edad en la que aún habría podido llevar. Me hacía ilusión llevar atados a mi espalda a mis primos pequeños y más adelante a mis propios hermanos. Me fascinaba todo lo que tuviera que ver con la crianza y me imagino que debería tener fantasías de embarazo como todas las niñas, pero no las expresaba por vergüenza (vergüenza de saber exactamente qué había que hacer para hacer niños). Después se sucedieron muchos cambios en nuestra familia y supongo que dejé de pensar en ello. Tenía otras ocupaciones, aprender una lengua, aclimatarme a un país diferente... En el camino de este proceso me convertí en feminista, gracias sobre todo a maestros y escritoras que me proponían un modelo de feminidad diferente al de la mujer-madre ligada a la función reproductora.

Un posicionamiento machista

Mi feminismo adquirido no impidió que fuese incubando una idea que era más bien contradictoria: quería tener hijos, pero no hijas. Difícil imaginar un posicionamiento más machista, ¿verdad? Pero mi decisión no tenía esta raíz, todo lo contrario, era desde el feminismo que no quería tener niñas. No quería una hija para mutilarla desde pequeña agujereando las orejas, no quería tener que vestirla de rosa y tenerle que comprar muñecas con graves trastornos alimenticios, no quería que alguien a quien amaría con todas mis fuerzas tuviera que sufrir las consecuencias inevitables de ser mujer. Que tuviera que justificar su presencia en los lugares, que tuviera que demostrar más que los chicos, que se tuviera que ganar un lugar entre ellos. No quería que creciera y tuviera que preocuparse excesivamente por su físico, que pensara que había que cambiar el cuerpo de una manera u otra, que creyera que su aspecto siempre es más relevante que lo que pueda pensar, decir, hacer. Cuando tuviera que relacionarse con el otro sexo no quería que la convirtieran en objeto, ni que ella misma lo hiciera. ¿Y si se convertía en una de aquellas azafatas que solo hacen de florero cuando entregan el premio al ganador de una carrera? ¿Y si le gustaba la música y quería convertirse en una estrella y tenía que hacerlo pasando por el aro de la industria que transforma todas sus artistas en vedetes que solo se dedican a calentar al personal?

Creo que todos nos posicionaríamos de manera muy diferente ante según qué hechos escandalosos del trato que reciben las mujeres en la sociedad en que vivimos si las viéramos como hijas nuestras. ¿Veríamos con buenos ojos la representación grotesca y autodeformadora que hace Kim Kardashian, por ejemplo, de la feminidad? ¿Entenderíamos que alguien con un talento demostrado como Jennifer Lopez se dedique única y exclusivamente a enseñar su culo bruñido de aceite en su último videoclip? ¿Nos parecería bien que la industria de la moda fomente graves trastornos alimenticios? ¿No nos indigna que a las jugadoras de baloncesto las hagan ir con ropas más cortas y estrechas que a sus homólogos masculinos?

Sufrimiento y mucha angustia

Tener una niña, pensaba, significaría tener mucho más problemas, mucho más sufrimiento, mucha angustia a lo largo de los años. Era feminista entonces, lo he dicho, pero sin saberlo estaba reproduciendo la postura machista tradicional que imperaba en la sociedad evidentemente patriarcal de la que procedía, defendida por las mismas mujeres que preferían tener niños no porque tuvieran que amar menos a las niñas, sino porque a pesar de amarlas mucho no iban a poder hacer nada para protegerlas.

Lo que yo no tenía en cuenta entonces era que mi hija, solo por nacer hija mía y de su padre, ya no tendría que sufrir muchas de las injusticias que hemos sufrido las generaciones anteriores de mujeres de la familia. Nosotros la educaríamos y la prepararíamos para ser mujer sin que ello le suponga ningún agravio. Por supuesto que los elementos externos no los podríamos controlar, pero haríamos lo posible para que se dotara de las herramientas necesarias para ir por el mundo protegida de los peligros: mucho amor propio, educación y espíritu crítico.