TESOROS ARTÍSTICOS

La Madonna del Burrito Blanco

Ahora que la vivienda de los Burés va a ser propiedad de una famosa princesa, los subditos viven felices

Casa Burés, edificio modernista en la esquina Ausiàs March-Girona.

Casa Burés, edificio modernista en la esquina Ausiàs March-Girona.

JULI CAPELLA

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Érase una vez en un país muy cercano, una humilde familia que regentaba una posada. Con las ganancias compró un telar y comenzó a vender sus prendas, con tal éxito que hicieron una gran fortuna. Para expresar su poderío decidieron construir un palacio en la gran ciudad. Para ello buscaron al mejor arquitecto, discípulo del genio del momento. Y no escatimaron en llenarlo de tesoros artísticos, bellas cristaleras y artesanados. Incluso una imponente escultura de un oso, alumbrando el arranque de la escalera principal. Durante muchos años vendieron millones de metros de telas. Pero, poco a poco, la ciudad se fue volviendo refinada, ya no necesitaba producir nada. De países exóticos llegaban productos más baratos. Y la empresa finalmente quebró. Y el palacio cayó en manos de un banco textil reconvertido ahora en inmobiliario. Y se fue deteriorando a pesar de ser un bien catalogado. Un día al oso de la entrada le cortaron las pezuñas para arrancarle unas bellísimas lámparas latonadas.

Entonces, raudo, el Consejo de la Ciudad, con el dinero de todos los súbditos lo compró por 26 maravedís. Al cabo de dos años se lo vendió al Consejo de la Nación. Y este a su vez lo volvió a vender –tras cuatro subastas fallidas– por solo 18 maravedís, aunque finalmente apenas ingresó 5. La nueva propiedad, un fondo de sabios inversores británicos y americanosinversores británicos, se apresuró a reconstruirlo, para a su vez, venderlo a famosos nobles extranjeros atraídos por el encanto de la gran ciudad. Famosa por saber cuidar tan bien sus tesoros artísticos, que atraían a millones y millones de visitantes.

Ahora se rumorea que la extraordinaria vivienda donde los BurésBurés idearon sus suaves sábanas llamadas Burrito Blanco, va a ser propiedad de una famosísima princesa llamada Madonna. Y desde entonces, los ingenuos súbditos de la ciudad ya viven felices sabedores de que el palacio que ellos rescataron vuelve por fin a buen recaudo en manos pudientes. Y colorín, colorado, esta tomadura de pelo continuará pasando.