Análisis
Macron, el día siguiente
Para el presidente, ahora empieza lo más difícil: hacer de En Marche pour la Republique algo que sea más que un sueño
Sami Nair
Politólogo y sociólogo.
Politólogo y ensayista
SAMI NAIR
La transmisión del poder a Emmanuel Macron se hizo con un ceremonial monárquico perfecto; recibió del antiguo presidente, su progenitor traicionado (escena shakespeariana), todos los atributos del poder. Secretos de Estado, operaciones de guerra en curso (sí, François Hollande ha sido el presidente de ¡cinco guerras francesas!), divulgación del código nuclear después de la visita de la sala de mando en los subsuelos del palacio del Elíseo; trompetas, tambores, colores, jerarcas, responsables de ayer y de mañana, hombres y mujeres que sirven para todo y que, por tanto, están allí para que se les otorgue un poco de la luz que el poder proporciona.
Este día es de orgullo para el nuevo presidente y de pueril vanidad para otros. Él será el hombre que ha revolucionado a su modo la política francesa. Se ha dicho todo sobre el magistral golpe de póquer (y de poder) que este joven novicio ha dado a la rutina política francesa, bastante académica, podrida por usos y costumbres rancios , donde los partidos políticos, de cualquier bando que sean, se reparten el poder y favorecen a los suyos. Un mundo solo obsesionado por la reproducción del poder, pero rico en retórica grandilocuente, llena de Deber, Valores y Marsellesa…
EL CAMINO DE LA AMBICIÓN
Imaginemos a un joven político que se acerca a un presidente de la República de centroderecha, supuestamente socialista liberal, que observa desde el palacio del rey los avatares de su regente, con dudas, ausencia de puntos fijos de referencia y de objetivos claramente definidos. Él, viniendo del mundo de los bancos, habituado a tomar decisiones difíciles y que le pueden costar su puesto (el mercado, a diferencia de la política, no perdona el error), flanqueado por un primer ministro, Manual Valls, prisionero de su puesto como un águila paralizada por sus alas heridas, vio rápidamente el camino que se abría, cada vez más amplio, ante su ambición. Entendió mejor que nadie la muerte de las viejas camarillas dirigentes, en la derecha como en la izquierda, y sobre todo tuvo la suerte, inmensa, de tener frente a él a una dirigente de extrema derecha que nunca habría podido ganar en la segunda vuelta porque le faltaban aliados y provocaba un rechazo general en la gran mayoría del electorado. Eso sí, Marine Le Pen era la condición imprescindible para la victoria; si Macron se hubiera encontrado frente a Fillon o Juppé, el resultado habría sido radicalmente diferente…
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Eso lo sabía nuestro joven pistolero. Bastaba ganar la primera vuelta, tener a Marine Le Pen en la segunda plaza y la victoria estaba asegurada. Se presentó como si fuera el escudo contra la extrema derecha, mientras que en realidad esa fue su escudo contra todo el sistema político en crisis. La suerte fue increíble: primero, la caída en las primarias de Alain Juppé, que hubiera podido ganar sin discusión estas elecciones; segundo, el business sucio de Fillon, que garantizaba una derecha vencida y dividida; tercero, una izquierda fragmentada como nunca desde los años 60. En resumidas cuentas: una pizarra política perfecta para Emmanuel Macron, condottiero de la conquista del castillo del Elíseo. Y así fue.
Ahora empieza lo más difícil. Maquiavelo decía que conquistar el poder es posible, pero que conservarlo es mucho más duro. Primero, el nuevo jefe de Estado debe elegir un primer ministro. La lógica quisiera que fuera un hombre o una mujer poco visible políticamente hablando, porque Macron quiere ganar las legislativas (el segundo golpe de póquer). Se habla de un socialista liberal (¿Jean Paul Delevoye?) o de un partidario de Juppé; en los dos casos sería una buena elección para evitar una cohabitación conflictiva con la derecha o la izquierda. Frente a él tendrá a la extrema derecha y a la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.
BATALLAS MÁS DESPIADADAS
Segundo, hacer de su partido, En Marche pour la Republique, algo que sea más que un sueño, cosa difícil dado que una élite política capaz de gobernar no se crea de repente. Los partidos pueden aprovechar este amateurismo para volver a la carga y defender sus feudos. Lo veremos clara e inevitablemente en las próximas semanas. Tercero, definir sus objetivos en materia económica y social. Ahora bien, si muchos le desean éxito a Macron, porque de Francia se trata, piensan que fracasará. Las batallas de mañana serán más despiadadas que las de ayer, porque la realidad de las relaciones de fuerza en el terreno no engaña. ¡Cita pendiente, amigo Macron, en los próximos meses!
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