ANÁLISIS

La luz de Río

La llama olímpica se apagó en Maracaná.

La llama olímpica se apagó en Maracaná. / periodico

EMMA RIVEROLA

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Y, de repente, como una revelación en una noche de verano, las portadas se poblaron de denuncias de machismo. ¡Albricias! ¡Hemos descubierto que el mundo del deporte es sexista! En el escaparate de los Juegos Olímpicos de Río, entre récords y derrotas, los focos han iluminado la discriminación que sufren las deportistas. Y sí, nos hemos indignado con el tratamiento informativo (“El trío de las gorditas”, “la novia de”, la nadadora campeona “gracias a su marido…), pero estas humillaciones no son más que la expresión superficial de un problema lacerante y más profundo. La discriminación en los medios de comunicación, la falta de reconocimiento social y la dificultad para captar patrocinios conforman una combinación letal para la excelencia en el deporte femenino, incluso una amenaza su supervivencia.

Desprecio, burla, frivolidad… ¿Dónde hemos oído antes estas palabras que ahora tanto han reverberado en Río? ¿En el trabajo? ¿En la política? ¿En los púlpitos? ¿En las calles? ¿En los hogares? Lamentablemente, en todos y cada uno de estos ámbitos. En una sociedad donde el valor se mide según el precio, instalados en un sistema regido por la competencia y donde se premia la acumulación de riquezas, la discriminación laboral femenina es el grillete que nos condena a la inferioridad. El mercado impone su dictado, según el cual las mujeres valemos menos.

EL ÚLTIMO GRADO DE LA MISERIA 

La última Encuesta de Estructura Salarial de UGT muestra un mercado laboral roto y que se ensaña con las mujeres. La brecha salarial está enquistada en torno al 24%, afecta a los más diversos sectores y perjudica a todas las mujeres, independientemente de su nivel de estudios. Ellas concentran los puestos con salarios más bajos y van desapareciendo de la gráfica según van incrementando los sueldos. Hasta la miseria tiene grados, y los últimos están copados por mujeres. La pobreza tiene rostro femenino.

La sociedad evoluciona. Es evidente que la mujer está alcanzando mayores cotas de poder. Pero a la par, soporta más exigencias. Y no precisamente intelectuales. El cuerpo femenino sigue siendo el gran campo de batalla. Esos titulares que nos han escandalizado en los Juegos, donde se celebraba tanto una medalla como un buen culo, no son una excepción. Las exigencias estéticas, la hostilidad ideológica del conservadurismo más cerril contra el derecho al aborto o las dificultades para equiparar los permisos de paternidad y de maternidad son varias caras de una misma imposición: el intento de una sociedad patriarcal de seguir controlando a las mujeres a través de su cuerpo.

SIN MOTIVOS PARA EL OPTIMISMO 

Si observamos a nuestro alrededor a través de las lentes de género, no hay grandes motivos para el optimismo. Niños y niñas reciben hoy sus primeras lecciones sexuales a través del porno, donde contemplan cómo la mujer adopta, indefectiblemente, el rol de la sumisión. Los estudios arrojan datos preocupantes sobre el machismo entre los jóvenes. El control de ellos sobre ellas goza de una peligrosa permisividad. La herencia de los estereotipos machistas se ve enriquecida por una industria cultural que no deja de alimentarlos. Y, al fin, tenemos la violencia. Imposible reflexionar sobre la discriminación de la mujer sin llegar a la última casilla. La más oscura. La más tétrica. La estadística de la muerte crece semana tras semana. 30 mujeres asesinadas este año en España. En la desigualdad está la simiente de esta lacra luctuosa. Cualquier atisbo de machismo debe combatirse… También en los medios de comunicación. Que la luz de Río nos ilumine.